Después de ver desfilar a ocho presidentes en una década, y de tener grabado en el ADN histórico el derrocamiento por parte de los militares de un mismo presidente --José María Velasco Ibarra-- en cuatro de sus cinco mandatos, la asonada policial del jueves ha recordado aquel pasado inestable y la posibilidad de su retorno en un país cada vez más polarizado. La última revuelta ha revelado la pérdida de consenso del Gobierno de Rafael Correa, que, desde su primera elección en el año 2006, había encauzado Ecuador por la senda de una relativa calma y una estabilidad poco común en los últimos tiempos en el país suramericano.

En una nación que ha tenido que convertir la emigración masiva de sus habitantes en una fuente importante de ingresos, Correa debía la popularidad (aproximadamente del 70 por ciento) que le llevó a la presidencia a una agenda izquierdista que incluía el control de la industria petrolífera y una serie de programas de ayudas sociales para los sectores más desfavorecidos, que son la gran mayoría de la población.

Sin embargo, su adhesión al socialismo bolivariano de Hugo Chávez y Evo Morales en el que se había movido en los primeros años de su llegada al poder había empezado a menguar. El movimiento indígena que le aupó a la presidencia ilusionado con su retórica antiimperialista le coreaba hace escasos meses ´Correa racista, falso socialista´. Este amplio sector social se opone a la política del presidente de permitir la minería a cielo abierto por los riesgos de contaminación que implica y a la entrega de sus territorios a las compañías mineras. Una nueva ley de aguas también le ha valido el repudio de aquel sector.

La reforma de la burocracia oficial y las medidas de austeridad le han indispuesto ahora de forma violenta con la policía. Correa no dudó en calificar lo ocurrido el pasado jueves de un intento de golpe de Estado por parte de la oposición que encabeza el excoronel Lucio Gutiérrez. Y toda la comunidad internacional tampoco dudó en condenar los hechos y dar su apoyo al presidente democráticamente elegido.

No es ajeno a este sostén compacto el recuerdo de lo ocurrido el año pasado en Honduras, donde el Ejército destituyó al presidente Manuel Zelaya abriendo una crisis de largos meses que se cerró en falso. La situación en Ecuador parece controlada, pero la obvia debilidad de Correa no es un buen augurio.