TEtstoy deseando que la Iglesia ejerza su derecho a manifestarse contra el actual Gobierno. No sólo por conocer en vivo a las víctimas y perseguidos de la democracia sino para comprobar cómo fulgen, cara al sol y al paso firme de las pancartas, los birretes, los anillos y los sacros entorchados.

Lograr que la iglesia, pase de la vía de Trento a la vía pública y se toque de progre-pancartera debe ser obra de algún genial demiurgo al que debemos estar agradecido: tal democratización nos hará ver que su jerarquía no está compuesta de pastores que se apacientan a sí mismos, ni de rezadores que buscan acaparar los dineros de las viudas con pretexto de largas oraciones por ellas, sino de hombres que desean comprobar, a pie de asfalto, que una cosa es predicar y otra dar trigo, y sopesar, si la institución, a la larga, no perderá más de lo que espera ganar, con la insistente petición del patronazgo del poder civil.

El personal tradicional de las manifestaciones tiene conciencia proletaria y huele a las víctimas y a los perseguidos, pero si comprueba que la manifestación se encamina hacia la prebenda, la prerrogativa y el privilegio, podría trocarse la vía pública en un vía crucis para quienes tienen cierta predilección por montar rosarios de la aurora, que ya se sabe como acaban.

*Licenciado en Filología