Veo con preocupación cómo durante las últimas semanas los medios de comunicación no cesan de dar noticias sobre declaraciones de actores o músicos sobre política nacional o internacional como si de grandes estadistas se tratara. No digo que me parezca mal, pues cualquier ciudadano, sí, incluso usted mismo, puede opinar sobre esto o aquello y salvar el mundo a su manera. Pero el bombardeo de manifiestos de estos últimos días por parte de los artistas comprometidos me aburre soberanamente.

La política como negocio es una realidad conocida por todos. Ser político es un oficio y a nadie le gusta perder su puesto de trabajo. Solo unos pocos siguen creyendo que es un servicio a la sociedad, algo que sí deben pensar los actores y músicos que han decido sustituir a nuestra desacreditada clase política. Es de todos conocido el ego y las ganas de figurar que gastamos los del gremio y lo que viste la etiqueta de comprometido, pero aspirar a ser ministro de Asuntos Exteriores o jugar a ser mediador en grandes conflictos ya me parece el colmo.

Por experiencia sé que a muchos de esos artistas no les mueve el ánimo de lucro: pasarán esa etapa de su vida como un sarampión. Visto lo visto, a más de uno no le quedarán ganas de volver a pasar un trance semejante. Los otros, los que perduran, aprenden las leyes del negocio y se van adaptando con profesionalidad a los vaivenes políticos ganando influencia en las altas esferas del poder, esté quien esté. Me parece licito que el colectivo manifieste su postura si se trata de defender su oficio, incluso si utiliza su fuerzapara denunciar una situación puntual que ponga en peligro nuestro sistema de vida, pero de ahí a formar un contrapoder para influir en el devenir de la política no solo cultural de un país soberano, cuidado...

Igual que han periodistas independientes que denuncian la connivencia de este o aquel medio con el poder, hay artistas que prefieren defender su actitud individual frente a la obediencia debida al colectivo y eso termina por pasarles factura. Son acusados de insolidarios, juzgados por contrarevolucionarios y condenados al ´gulag´ del paro.