El borrador de resolución acordado por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU para imponer sanciones a Irán neutraliza la maniobra de distracción de los ayatolás, que creyeron encontrar en Brasil y Turquía los aliados idóneos para seguir con su programa nuclear sin mayores contratiempos. El temor de la comunidad internacional a que el átomo otorgue a la república islámica mayor influencia dentro y fuera del orbe musulmán y el deseo de las grandes potencias nucleares --Estados Unidos, Rusia y China-- de mantener bajo su control el sistema de relaciones internacionales ha hecho posible que cuaje el pacto en el seno de la ONU. Aunque los compañeros de viaje de Estados Unidos están lejos de mantener una posición unánime en cuanto al tratamiento que conviene administrar a Irán, los gobiernos ruso y chino prefieren cerrar momentáneamente un acuerdo con la Administración de Obama que consagrar la interferencia de potencias regionales emergentes en la gestión de los grandes temas. De la misma manera que para estas es preciso dar muestras de que disponen de influencia e interlocutores propios para participar en la resolución de situaciones de crisis. Una necesidad de autonomía que sería menor si la ONU fuese objeto de una reforma que tradujera la realidad de las potencias emergentes.