Historiador

Hay personas que creen estar, en todo lo que hacen, asistidos por la mano del Todopoderoso. Puede pasar con cualquiera, pero cuando ocurre con un personaje público, resulta cuanto menos inquietante. Ese es el caso, por ejemplo, del alcalde de Badajoz, que siempre acompaña sus discursos no ya con la muletilla de ´si Dios quiere´, sino con la afirmación de que Dios le asiste en sus actos, que ´está de Dios´ lo que hace y que el Altísimo siempre le protege y le inspira: "Estoy asistido por la mano de Dios", nos suelta en público, y se nota que lo cree a pies juntillas.

A mi, la verdad, me da un poco de repeluco semejante aseveración reiterativa. Y me lo da, tal vez, por defecto profesional. Porque he estudiado a lo largo de la historia la trayectoria de tantísimos sujetos que con las mismas convicciones llegaron a los actos más aberrantes que uno pueda imaginar. Así, los faraones del Antiguo Egipto, dioses encarnados, cuyas sentencias para con los disidentes eran necesariamente letales. Inquisidores cristianos de la Edad Media, que mandaban a la hoguera a judaizantes, supuestas brujas y desgraciados moriscos. Reyes absolutistas de los siglos XVII y XVIII, cuyo poder tantas veces cruelísimo emanaba directamente del Señor. Nuestro dictador Franco, en cuyas monedas se acuñaba: ´Caudillo de España por la gracia de Dios´. O los integristas islámicos de ahora --y tantos integristas más--, dispuestos a morir matando en masa, y además creyendo que su premio inmediato es el eterno paraíso de vida regalada.

No, no es bueno creerse mimado por las divinidades y que, por tanto, los demás, los que no le bailan el agua, son unos proscritos en la corte celestial, a los que lógicamente ha de castigarse. No es bueno porque en cualquier momento se les cruzan los cables y saltan chispas que pueden dejarnos a todos churruscados.