Un clásico estas fechas es el de las subidas generalizadas de los precios, pero en esta ocasión, además de un clásico, es una subida con ensañamiento, y con la particularidad de que no cabe atribuir ese maltrato a los gobernantes de un solo color político, pues si el Gobierno nacional del PSOE autoriza el encarecimiento del consumo eléctrico y promueve el enésimo castigo al ahorro, la Comunidad madrileña del PP eleva en más de un 20% el precio el transporte público. Unos y otros, que en comandita constituyen la tercera preocupación de los españoles, se agavillan en esta nueva e infame ofensiva recaudatoria que pretende maquillar lo pésimamente que nos administran mediante la exacción y el despojo por las bravas.

La ausencia de matices y gradaciones en esta emboscada a punta de trabuco, que se ejemplifica perfectamente en la nula distinción fiscal entre los ahorrillos de los trabajadores y el capitalazo de los plutócratas abona la certidumbre de que esas subidas de impuestos que acompañan a las otras subidas no nacen para paliar el sufrimiento de los ciudadanos ante la crisis económica, sino el del Estado, si es que el Estado sufre y si se puede llamar sufrir a quedarse con las arcas vacías.

Para colar semejante atropello, y ante la inexistencia de mayores explicaciones, el presidente Zapatero anuncia un "ambicioso plan de austeridad", que es lo que en estos casos anuncian los presidentes para no ejecutar nunca, pero lo cierto es que el único plan de austeridad es el que se propina a la gente. A riesgo de ser tildados de demagogos, muchos ciudadanos piensan que el único plan de austeridad viable y práctico sería el que arrancara reduciendo los sueldos de los miles de políticos, consejeros y altos funcionarios del Gobierno y de las 17 autonomías, medida que podría completarse, por su alto carácter simbólico y ejemplar, con el recorte del estipendio a la Casa Real de, por ejemplo un 30%. Sólo con eso, el trabajador que intenta ahorrar un poco para no caer en las garras de la moderna usura, no necesitaría ser, como ahora y acaso por eso, tan cruelmente castigado.