Miro mis manos. Son vigorosas, de piel fina y suave. Son manos de mujer joven y trabajadora. El 8 de marzo fue el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, una fecha conmemorativa de la lucha de la mujer por su participación, en igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo íntegro como ser humano. La historia dice que la idea de tener una jornada así surgió en el siglo XIX, durante la revolución industrial y el auge del movimiento obrero. El origen se remonta a 1857, cuando en Nueva York hubo una marcha de mujeres empleadas de una fábrica textil que protestaban por sus malas condiciones laborales. Ya en el siglo XX, en 1908, un grupo de costureras de grandes empresas se declaró en huelga para reivindicar mejoras salariales y sociales, tales como la reducción del horario y el fin del trabajo infantil. En aquellos días, 129 mujeres murieron abrasadas en un incendio, al parecer intencionado, en la fábrica Cotton Textile Factory. Según varios documentos, la desgracia ocurrió el 8 de marzo, y al año siguiente, 1909, se celebró en EEUU el primer Día Internacional de la Mujer Trabajadora, impulsado por el Partido Socialista Americano. En años sucesivos, y como respuesta a la proclama, más de un millón de personas se manifestaron en Europa para pedir la igualdad de condiciones entre hombres y mujeres. Ha pasado el tiempo. Miro las manos de mujeres mayores que yo, mujeres que un día me acunaron. Son manos agrietadas, con huellas de todos los trabajos hechos en casa y fuera de casa. Manos de mujeres que me hablan de trabajo, de esfuerzo y de lucha para conseguir un mundo mejor.

Mari Carmen Lozano **

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