THtace unos días tuve en mi casa un animal mecánico muy peculiar. Digamos que los poco imaginativos podrían ver en este activo aparato un simple robot con autonomía limitada, supeditado rigurosamente a la voluntad del hombre. Sin embargo, para los que fantasean con todo tipo de objetos con movilidad propia, este autómata bien podría parecerse a un perrito con aspecto de pequeño platillo volante que recorre cada rincón de la casa. Les hablo de una aspiradora sin cable que funciona con batería, dispone de unos sensores luminosos que hacen de ojos, unas pequeñas escobillas que giran tentando el suelo que hacen de nariz, un orificio en su barriga que hace de boca, y de unas ruedas que le permiten movilidad absoluta, de manera que el bicho olfatea todos los rincones y engulle toda partícula que encuentra a su paso.

Desde la primera escoba y recogedor a este sofisticado utensilio hay un intervalo de tiempo de varios siglos y mucha inteligencia humana. Los humanos siempre hemos intentado facilitarnos la vida ideando todo tipo de máquinas, pero en consecuencia también hemos fabricado verdaderos engendros mecánicos nocivos para la salud de nuestra evolución.

Este aparatito, al igual que un robot que cocina todo lo que le echen, un frigorífico, una lavadora, un lavavajillas, una secadora, son máquinas muy útiles que trabajan por nosotros, nos regalan tiempo y a la vez generan empleo: fabricantes, vendedores, reparadores de averías. De estas máquinas no se puede esperar nada malo, y nuestra única preocupación debe ser su reciclado.

Sin embargo, hemos inventado máquinas que a menudo nos traicionan, y ya no sólo esas armas que exterminan miles de vidas humanas de un soplido, o esas operadoras que acaban con cientos de puestos de trabajo de un plumazo. También un automóvil, la televisión, o un ordenador, entre otras, son útiles máquinas que la mente humana puede convertir en elementos extraordinariamente subversivos.

Qué paradoja, debido a su inteligencia, el ser humano es el animal más torpe de la tierra.