El cariño no se compra con dinero, y en muchas ocasiones el afán de dinero es proporcionalmente inverso a la obtención de ese cariño. Eso lo sabe cualquiera, y también el bueno de Marc Márquez, que ha pasado la peor semana de su vida --según ha confesado él mismo-- tras el aluvión de críticas recibidas ante su decisión de trasladar su residencia a Andorra, donde los impuestos son mucho menores que en España.

Márquez, como ocurre tantas veces, ha pasado de héroe a villano, y en su caso, como no podría ser de otra manera siendo piloto de motociclismo, a una velocidad vertiginosa. Pero para despejar las posibles dudas sobre su villanía ya ha anunciado que seguirá tributando en España. Bien porque haya reculado en sus intenciones de ahorrarse unos duros en su deuda con el Estado, bien porque nunca fuera su intención hacer de Andorra un paraíso fiscal, es una buena noticia para todos que una estrella del deporte como él, a quien los españoles han encumbrado generosamente cual dios del Olimpo, recuerde que su matrimonio con España es un compromiso, como diría el cura, para lo bueno y para lo malo.

Marc Márquez ha llorado durante su rueda de prensa y eso demuestra que ni quiere conflictos de este tipo ni los necesita. Un buen chico como él debería apartarse de la senda de un Bárcenas o de un Pujol. Es un privilegiado sin tacha que no debería arrastrarse por el fango andorrano para evitar cumplir con sus obligaciones fiscales. Márquez ha sido --y seguirá siendo-- el niño mimado de una ciudadanía que seguirá encumbrándole mientras mantenga la velocidad en los circuitos y el juego limpio fuera de ellos.