Tenía que marcharse. No tanto por su errática política a lo largo de toda la Legislatura, que también, cuanto porque se había convertido en un símbolo del pasado. Pasqual Maragall , un hombre de la aristocracia intelectual y cultural catalana --como buena parte de la clase política allí-- había empezado en la lucha antifranquista de la mano del Felipe catalán , aquel Frente de Liberación Popular en el que militaron Miquel Roca, Narcís Serra, Isidre Molas, Anna Balletbó o Mercé Sala . Llevaba mucho tiempo en el machito en un país que se enorgullece de quemar precipitadamente a generaciones políticas enteras.

Luego, en la democracia, Maragall hizo muchas cosas, por Barcelona (como funcionario y como alcalde) y por Cataluña. Así que, cuando se preparan las últimas elecciones autonómicas, en el socialismo catalán no había otro candidato posible a la Generalitat catalana que él; y llegó a la presidencia sin ganar las elecciones, pero aliándose con un compañero de cama tan extraño como Esquerra Republicana de Catalunya. El lo había advertido un año antes de las elecciones de noviembre de 2003: formaría, si podía, un gobierno tripartito, con Esquerra y con Iniciativa.

Ahora, casi tres años después de haber ganado aquellas elecciones, Pasqual Maragall se ha convertido en el candidato menos idóneo. Han pasado demasiadas cosas en la legislatura catalana, que agoniza habiendo destrozado al tripartito, colocado a ERC en la oposición y no habiendo hecho cosa mejor que el Estatut aprobado el pasado domingo con mucha abstención, de acuerdo, pero pocos noes . Un Estatut extraño, reconvertido en Madrid por las Cortes, que lo despojaron, en principio, de sus elementos inconstitucionales, un texto al que el propio Maragall calificó de "insuficiente", antes de que, en uno de sus típicos vaivenes, se lanzase a pedir el en una campaña previa al referéndum en la que mantuvo en todo momento viva la incógnita de si volvería a encabezar o no la candidatura del PSC ante las próximas elecciones autonómicas anticipadas.

Ya para entonces tenían todos muy claro que Zapatero no apoyaría esta permanencia de Maragall, entre otras cosas porque había pactado en muy otro sentido con el líder de Convergencia, Artur Mas , en aquella famosa reunión en La Moncloa a la que ni Maragall ni el socio de Mas, Duran i Lleida , fueron invitados. ¿Cómo iba a serlo, cuando se trataba de decidir el futuro de ambos a sus espaldas?

XANTE LAx entrevista que ambos mantendrán este jueves en La Moncloa, Maragall tiene muy claro que su vieja alianza con Zapatero, cuya elección para la Secretaría General del PSOE apoyó fervientemente el catalán, ya no existe. El presidente del Gobierno central tiene otro futuro en mente para Cataluña, y este futuro pasa por alguien de su misma generación, similar formación y talante y capacidad de compromiso suficiente como para garantizar que, en unos años, los nacionalistas catalanes no sacarán los pies del plato ni se pondrán excesivamente reivindicativos, conformándose con la letra del Estatut, que quizá no se corresponda exactamente con el espíritu de aquel otro texto aprobado por el 90 por ciento del Parlament a finales de septiembre de 2005. Ese futuro, desde luego, se llama Artur Mas, cuyo triunfo se garantizaría colocándole, como principal rival electoral, a una figura mucho menos carismática que la de Maragall, como José Montilla , un personaje que difícilmente ganaría, en base a su carisma, elección ninguna.

Obviamente, Maragall no podía seguir, teniendo en cuenta los planes de Zapatero, unos planes que los portavoces de Maragall no negaban, pero que minimizaban diciendo que "las cuestiones de Cataluña las arreglan los catalanes". Además, su inclinación por pactar con Esquerra, un aliado con el que La Moncloa ya no quiere saber nada, convertía al president de la Generalitat en un hombre peligroso. Sus vaivenes constantes --sus enemigos llegaron a hablar de raptos de locura: una demasía-- irritaban tanto en el socialismo de Barcelona como en el de Madrid. Su talante de encantador de serpientes ya no servía: demasiados baches en el camino.

Ahora lo presentarán como un héroe de Cataluña, el hombre que trajo un Estatut más autonomista. Lo colocarán en una hornacina junto a Tarradellas y su enemigo/amigo Pujol (que fue el inventor del término maragalladas ), como una de los próceres de la nación catalana . Quizá se conforme con eso, mucho más que con esa rumoreada embajada que no pueden ni ofrecerle ni él aceptar. Acaso se abone a algún cargo institucional internacional. O, lo más probable, quizá se acoja a ese estatuto de expresident que consiste en no hacer casi nada excepto dar sabios consejos y en enfadarse con los errores que, a juicio del ex, comete su sucesor.

En cualquier caso, la era Maragall ha pasado.

*Periodista