Terminó la refriega de los abruptos comicios catalanes, tras dar su do de pecho los contendientes. No faltó el ataque feroz ni el lodo arrojado a la escudería contraria, desde el perfil de unos tribunos de tono muy bajo, con música y danza de por medio, rayanas en la ordinariez. Y, como era de esperar, las tertulias utilizaron estentóreos, y a veces, chabacanos comentarios.

Sin entrar en los resultados de la campaña, digamos que, acabado el vértigo impuesto por Artur Mas , con tic histriónico, narcisista y fullero, sin desprenderse de su sonrisa sardónica, se impone ahora ceder el paso a la compostura. Así los "gladiadores" debían pasar a ser ciudadanos avenidos, cuyas heridas cicatrizarán si surge el sentido común. Por eso se prima la tolerancia que respeta al que piensa de forma distinta, siendo, según el filósofo, y flexibles como la caña y no rígidos como el cedro. Sobra la intransigencia, la que, como dice Chesterton , es la indignación de aquéllos que no tienen opinión.

ES OBVIO QUE, tras la pelea electoral, no debe haber sitio para murallas ante tesis contrarias, sino de llegar a una transacción democrática, aunque sin renunciar a los principios esenciales de cada partido. Pero, en el epicentro catalán, entre el "cambio de escenario" con la sorpresa de Ciudadanos, y el emergente CUP, no amainan la posturas radicales, con sus incógnitas a despejar, cuando es hora de reflexión, sin volver a las andadas. Lo que toca, pues, es pasar página, aunque la imputación al líder catalán abre un panorama con malos presagios para éste, al defender el Gobierno la aplicación de la ley, mientras que la Generalitat catalana proclama que estamos ante una "provocación" del Estado.

SUELE acontencer esto a políticos empecinados en utopías y posturas maximalistas, aunque tampoco sería bueno caer, sin más, rendido con armas y bagajes al otro, renunciando a los propios valores. Opinar diferente no supone ser intratable, y ser indulgente no implica ser débil, si se conservan los principios, como defender, por ejemplo, la indivisible unidad de España, de recia envergadura identitaria y siglos de vuelo histórico.

Se impone ahora que los muros se hagan peldaños que nos ayuden a llegar al rellano de una necesaria convivencia. Para eso, hay que huir del oprobioso sambenito español, reflejado en el lienzo de Francisco de Goya La riña . Aunque, como escribió Rostand tener espíritu abierto, no es tenerlo abierto a todas las necedades.