Desde un portaviones, símbolo del poder y del militarismo más o menos mesiánico, George Bush declaró el fin de los combates, ya que no de la guerra, pues ésta prosigue contra el terrorismo. Esa precaución jurídica está destinada a mantener prisioneros a los militares y jerarcas del régimen de Sadam Husein. De esa forma, las tropas norteamericanas actúan para mantener la paz, aunque sin mandato del Consejo de Seguridad, y no como fuerzas de ocupación, como se desprende de la más cruda realidad.

Paralelamente, prosigue la labor de zapa para socavar el protagonismo de las Naciones Unidas, capitaneada por el Pentágono. Mientras en Rodas los ministros de Exteriores de la UE evitaban cualquier polémica, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, seguía adelante con sus planes para dividir a Irak en tres zonas de ocupación con la colaboración de 16 países, entre ellos España, sin mandato de la ONU, a fin de compartir los gastos y cobrar los dividendos. Una vez más, la pretensión norteamericana de actuar al margen de la legalidad internacional encuentra numerosos aliados y perpetúa la inseguridad jurídica en una zona de vital importancia geoestratégica.