De la sesión de ayer en el Congreso se podría extraer una primera conclusión: Mariano Rajoy no supo aprovechar la oportunidad del último debate de política general de esta legislatura para exponer la alternativa política de su partido, el PP. El líder conservador hizo un discurso en el que se superó a sí mismo: no defraudó a sus hooligans y expuso una situación catastrófica de España, esencialmente por la política antiterrorista del presidente del Gobierno, como siempre, añadiendo ahora la muerte de los seis soldados en el Líbano como otra arma arrojadiza contra Zapatero. Si no era esa su intención, posiblemente se vio arrastrado a ello porque le descolocó la dura filípica del presidente, quien le recordó sus fracasos en la etapa en que ocupó cargos en los gabinetes de José María Aznar. Sea por la razón que sea, los españoles nos quedamos sin conocer las propuestas alternativas del primer partido de la oposición, sepultadas por el ruido que él mismo crea con el proceso de paz frustrado.

Rodríguez Zapatero, aunque pecó de autocomplacencia y triunfalismo, aprovechó su oportunidad para recapitular los éxitos económicos y sociales de su Gobierno, que contrapuso a los malos augurios que había lanzado Rajoy al inicio y durante la legislatura, logrando un primer y no desdeñable objetivo: así salir del círculo infernal de la cuestión etarra. El presidente, además, inició la sesión con un anuncio que sorprendió a todos: la aprobación de una ayuda universal por hijo de 2.500 euros para favorecer la natalidad, una propuesta que por llegar al final de la legislatura y a través de un real decreto ley, que será aprobado en el Consejo de Ministros del viernes, mereció el comprensible calificativo de electoralista

Rajoy perdió los papeles cuando reclamó del presidente que haga públicas las actas de las reuniones mantenidas con ETA antes de que otros las difundan, y demuestre que no ha mentido cuando niega haber hecho concesiones políticas a la banda. Y le exigió que presente su dimisión y convoque inmediatamente elecciones anticipadas. El líder del PP parece estar dispuesto a creerse todo lo que publique el diario aberzale Gara, y a negarle crédito al presidente del Gobierno democrático de su país. De hecho, le calificó reiteradamente de mentiroso, y rozó la acusación de traición cuando le echó en cara que utilizara las informaciones que como líder de la oposición recibía en el marco del pacto antiterrorista en unas supuestas negociaciones iniciales con ETA. Esto dio pie a que Zapatero le contestara con una acusación de grueso calibre: le imputara no hacer oposición al Gobierno, sino de hacerla al Estado.

Del debate de ayer se extrae una amarga conclusión: el consenso antiterrorista ha sido un sueño de verano. El acuerdo precario que alcanzaron los dos líderes cuando ETA hizo oficial su vuelta a los atentados saltó ayer hecho añicos. Una victoria para los amigos del terror.