Periodista

Sus biógrafos no se detienen en ese dato, pero Mariano Rajoy fue presidente de la Diputación de Pontevedra y me otorgó una subvención. Fue poco dinero, no llegó a 20.000 duros, y sirvió para que mi grupo de teatro juvenil se comprara unos focos y yo estrechara la mano y departiera 15 segundos con un joven barbudo y afable que hoy, lo que son las cosas, se ha convertido en candidato a la presidencia del gobierno de España. Un lustro después estreché otra mano, pero encontré menos afabilidad y más desplante. Fue en la Feria de Muestras de Valladolid. Yo llevaba las relaciones protocolarias de un pabellón institucional y apareció por allí un señor de bigote y pelo planchado: era José María Aznar, que inauguraba la feria en calidad de presidente de la Junta de Castilla y León. Se mostró distante, rechazó una invitación, no pronunció una palabra y siguió su camino. Tras esos dos encuentros, mi condición humana quedó encantada con Rajoy y espantada con Aznar.

Pero más allá de mi percepción sentimental, la personalidad de Mariano Rajoy Brey tiene aristas aceradas y una dureza de carácter, traducida en retórica demoledora, que pronto empezará a ser conocida. Esa oratoria inclemente y lúcida fue la causa de que mi mejor amigo de aquellos años acabara estudiando Derecho. Se llamaba Elías Lamelas, era profesor de Literatura y trabajábamos en el mismo departamento. Además, era portavoz de la oposición a Rajoy. Lo recuerdo después de un pleno del organismo provincial, humillado y rabioso porque Rajoy había hecho añicos cada uno de sus argumentos políticos. En ese mismo momento decidió estudiar Derecho en la Uned porque percibió que sin una formación en leyes jamás podría hacer frente a contrincantes sólidos. Mi amigo Elías dirige hoy uno de los bufetes de abogados criminalistas más importantes de Santiago de Compostela y es cónsul de Filipinas.

Pocos años después de aquella subvención teatral, Rajoy inició su brillante carrera política en Madrid y ya sólo lo vi en los mítines. Dicen de él que es poco brillante, mal mitinero y hasta blando. Se nota que no lo conocen. De todos los oradores de la derecha que he escuchado en directo, y he escuchado a casi todos, es el más sólido, irónico, temible y preciso. Quizás no sea guapo ni tenga porte kennediano , pero cuando habla dice cosas, no bobadas, y sus razonamientos participan de una coherencia ideológica sin fisuras.

Poco antes de regresar a Cáceres, me tocó cubrir periodísticamente su boda. Fue la última vez que lo vi de cerca. Se casó en el Gran Hotel de la isla de La Toja con una chica pontevedresa de toda la vida. En junio de 2001 cené en el mismo comedor donde se celebró aquel banquete con su colaboradora más estrecha, Ana Pastor, entonces subsecretaria de Interior y hoy ministra de Sanidad. La estuve observando durante la cena y parecía Rajoy en mujer: no subyugaba ni entusiasmaba hasta que empezó a hablar. Entonces derramó sobre el salón su impronta marianista de rigor sereno, seriedad exacta y precisión coherente y se convirtió en la estrella.