Dramaturgo

Reabre La Marina sus puertas con palabras de don Apolonio: "Según el mandamiento quinto, si no hay blanco, vale el tinto". Yo fui monaguillo de misa madrugadora con don Apolonio y era un experto en campanillas de cuatro toques. Reabre La Marina y resucitan sus personajes: don Antonio García Orio-Zabala, Ricardo Puente, el Toto, Polvorilla,... Resucitan personajes y gestas como la de Texeira cuando brindó por la muerte de Franco y se le lanzaron los camisas viejas para patearle el hígado. Resucitan los mirones. Y resucitan los viejos ecos de médicos con recetas tras la barra, mujeres como Esperanza Segura desafiando a Badajoz con su cigarrillo emboquillado y sus pantalones de musa difícil de intelectuales difíciles, maestros como Esteban Sánchez haciendo tamborileos de Chopin sobre su mostrador de recia madera, poetas como Delgado Valhondo (Pacheco no entraba allí) haciendo poesía del vino, poesía de Dios entrando sin don Apolonio en tarde de lluvia para refugiar a los pecadores.

Ahora la nostalgia es carroña de versificadores cabreados que insultan desde su impotencia a los que osan cantar el despertar de Extremadura, es vómito de quienes sufren en silencio sus almorranas mediocres, es suspiro de vasallos que se quedaron sin señor. Miedo me da que La Marina recoja posos de este veneno. Lo dudo porque hasta el diseño es minimalista y hace difícil que quepan tantos globos de caspa, tanto modorro triste y tanto canto de cisne. Reabre La Marina y aparece joven, elegante y descarada, como el Badajoz que se pretende, como la Extremadura que ya es.