A nadie pueden escapar las implicaciones éticas inherentes a la creación de una célula artificial, se ajuste o no esta denominación a la realidad de lo conseguido por el equipo del doctor Craig Venter. El propio Venter es consciente de ello al reclamar una regulación estricta de esta clase de experimentos, que dan pie en igual medida a esperanzas y temores. Se trata de un enorme progreso que se adentra en la última frontera para desentrañar el secreto de la vida, pero también de un punto de inflexión lleno de interrogantes sobre cuáles deben ser los límites y qué riesgos es razonable correr en nombre de la ciencia.

No hace falta recurrir ni a los apriorismos religiosos --respetables-- ni a los tabús sociales para concluir que hay que ser cauteloso sin poner puertas al campo. Por lo demás, la historia de la ciencia demuestra que, más temprano que tarde, nada de lo que ha sido posible llevar a la práctica se ha quedado en la mera digresión teórica. Lo cual significa, llevado al campo de la manipulación celular, que solo estamos en el inicio de un camino que otorgará a los científicos un enorme poder de intervención en los procesos biológicos.

De ahí que sea preciso crear un frente de reflexión bioético con la idea de que la ciencia es un mecanismo de liberación del género humano y, por esta misma razón, no puede ser nunca una amenaza para la dignidad de la especie.[,15]