La pretensión de la Sociedad General de Autores de España (SGAE) de que las peluquerías paguen un canon si ponen música me ha hecho centrar la atención en algo, igualmente grave, que suele pasar inadvertido. Todos los que trabajamos en la escena --yo soy coreógrafa--, sabemos que si Bob Fosse no hubiese usado las sillas para bailar en la película Cabaret, seguramente a nadie se le habría ocurrido hacerlo. Así que, gracias a él y a grandes talentos, como al que puso un paraguas en manos de Gene Kelly para chapotear magníficamente bajo la lluvia, tenemos creatividad asistida para siglos. Está todo inventado. Lo que es increíble es que los autores protesten por esa menudencia de las peluquerías cuando hemos visto números enteros de películas musicales copiados al calco en programas de televisión. Seguramente, Fosse no se ocupó de estos asuntos, de sus derechos de propiedad intelectual, o le importaba un pito; él sabía que su gran originalidad iba a suponerle miles de copiadores profesionales que han vivido de sus rentas. Igual pasa con las coreografías de Michael Jackson. ¿Respetar o pagar? ¿Para qué? Ahora son las peluquerías, y luego serán los colegios, las residencias de ancianos y hasta la ducha. Temo el momento en que un inspector de la SGAE asalte mi ducha o mi estudio y quiera estrangularme con los cables del ADSL.

Carolina Figueras Pijuán **

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