Una de las consecuencias de una crisis económica es que de un día para otro, todo el mundo es economista.

Un mañana Paco se levanta, baja a desayunar al bar y en vez de comentar el partido de anoche, te da una explicación fundamentada de las causas de la crisis. Se saca de la manga cuantiosos términos macroeconómicos que va interrelacionando sin lógica entre mordisco de tostada y sorbo de café. Sin olvidarse, por supuesto, de que la culpa es del Gobierno.

Lo más curioso, es que cosa así de tres años antes, en otro desayuno se le oyó alardear de una gran adquisición de 120.000 euros, sitiado a las afueras, con 90 metros cuadrados, dos cuartos de baño y garaje, que había comprado como inversión.

Aquel día no se sintió muy economista cuando aún a sabiendas de que su fuente de ingresos no podía permitirse tal inversión, acudió al banco para la concesión de un préstamo. Su mujer, que era ama de casa, y sus hijos en edad escolar dieron un fuerte abrazo a papi aquella noche.

Cuando la familia se traslada a su nuevo piso, deciden que pueden pagar los plazos pendientes de la hipoteca del antiguo piso alquilándolo, y si la cosa fuese mal se vende y punto.

Pero la burbuja que nuestra ignorancia, avaricia, y estupidez han creado (no hay oferta sin demanda), explota. Paco, que en realidad es carnicero y autónomo, se encuentra con dos hipotecas que no puede asumir, un piso que no puede vender, un negocio en peligro y unos niños que ya dejaron de llamarlo papi .

Si nuestro protagonista no se hubiese asesorado por su cuñado, que es agente inmobiliario y le dijo que era el mejor momento de comprar, y hubiese buscado a un asesor profesional quizás no habría saltado del avión sin paracaídas y ahora tendría un fondo de reserva que le permitiese afrontar la crisis con otra tranquilidad.

Hay que ser más hormiga, menos cigarra, más carnicero y menos economista.

Raúl Lozano Montosa **

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