El reciente reconocimiento y la reprimenda del Papa a los obispos de Chile por encubridores de los abusos sexuales ha servido para constatar una praxis de años, que la Iglesia Católica como institución ha situado entre el silencio y el perdón misericordioso. Dos posiciones que han hecho mucho daño la institución y desde luego a sus víctimas. Porque el pretendido código de la iglesia de carácter doctrinal no cabe en este lugar, sino y en todo caso el Código de Derecho Canónico.

El conocimiento de estos hechos, a lo largo de estos años, ha supuesto el mayor de los daños para una organización religiosa que inspira el concepto de la inocencia como causa de revelación. Aún más, en estos casos, se ha situado a la víctima con el estigma del enemigo que pretende hace daño a este Iglesia, aleccionado por el rencor. Las víctimas chilenas, en este caso, por fin fueron escuchadas además de sus supuestos infractores y encubridores. Y fueron escuchadas por este Papa que llamó a la Curia y les dijo que había que reconocer en esos silencios hechos corruptos, abusivos e intolerables como praxis frente a esos hombres, que fueron dañados en su juventud. No fue, por tanto, una posición de impotencia, sino de resolución frente a un daño causado, que debe dilucidarse, además, en el ámbito de la Justicia, y que a ello deberían colaborar desde la propia Institución Católica.

Terrible penitencia para una institución que cree en la misericordia, que cree en el perdón, pero que también busca y debe creer en la justicia. No se pueden, ni deben ocultar más estos escándalos que han permanecidos impunes, durante años y años. Pues a mayor impunidad, mayor ahondamiento en el concepto de injusticia y de daños en relación a sus víctimas.

Escuchando el testimonio de las mismas una se aproxima a un sentimiento de solidaridad, frente a lo que ha trascurrido como algo impune, y desde luego de rechazo ante conductas tan intolerables. Pero, por otro lado, si la Iglesia Católica se aproxima al sentimiento de perdón y ello no lleva implícito la denuncia y la colaboración el efecto balsámico se desdibuja. Porque el daño es tan palpable como reprobable civil y penalmente. Y más si se contextualiza en el marco de unas relaciones de confianza entre sacerdote y alumno o seminarista. Con el ejercicio de prevalencia existente.

Resulta extraño que se haya podido ocultar durante tanto tiempo el sufrimiento y el acto delictivo hacia todas estas víctimas. Y como una especie de reconforto actuar parte de esta Iglesia católica, como una mirada de misericordia hacia los delincuentes. Porque en este tema podría caber el perdón, pero no la injusticia. Y la injusticia de haber mirado para el otro lado, mientras se violentaba sexualmente a estos jóvenes.

El ejemplo de la Iglesia de Chile es un síntoma de un basta ya, de que ese largo silencio ha constituido un encubrimiento tan injusto, como imperdonable. Y que toca dar un paso adelante, tan decisivo que no tiene retroactividad posible ni en el perdón, ni en la justicia. Y que ese paso debe ser tan creíble, como cierto. Porque de lo contrario se estaría errando, y ofreciendo un sentimiento de inmisericordia hacia las víctimas, y de pasividad hacia el daño causado. Algo imperdonable, sin duda.