Hace años veíamos, extrañados y con asombro, las películas que nos llegaban de Estados Unidos. Me refiero a aquellas que reflejaban situaciones de violencia en las aulas y que nos parecían cosas de otro mundo, inimaginables en nuestras escuelas y en nuestra sociedad.

Hoy nada de eso nos parece inimaginable porque, un día sí y otro también, surgen las noticias de acoso entre estudiantes, agresiones a profesores, destrozos en los equipamientos escolares y una larga lista de acciones y actitudes violentas forjadas por chavales de corta edad, chavales que todo lo más que deben mostrar es su agresividad dando patadas a un balón... tal como hicimos muchos.

Pero siendo muy grave la alta conflictividad (aquella donde hay violencia con agresiones físicas y destrozos), es tanto o más preocupante la llamada baja conflictividad. Nos referimos a la alteración permanente del ambiente general de convivencia pacífica que debe presidir el día a día en los centros educativos. Allí donde se quiera enseñar debe haber un entorno amable, tranquilo, educado y si no fuera mucho decir, casi, casi bucólico.

La atención, la concentración, la explicación compleja que requiere la transmisión del conocimiento, el diálogo y el esfuerzo continuado exigen ese ambiente; el estudio no sobrevive al bullicio, al desorden, al griterío, a las continuadas faltas de respeto, a la intolerancia y a los insultos y desobediencias...

Y eso es el ambiente que, desgraciadamente, se respira en muchas ocasiones y en muchos centros escolares.

No inventamos nada, en una reciente encuesta a profesores, realizada por CSIF Enseñanza, se dan los siguientes porcentajes: el 86% de los docentes ha sufrido algún tipo de falta de respeto y el 65% alguna agresión verbal, a eso se suma un preocupante 16% que ha sufrido agresiones de tipo físico.

En estas condiciones el milagro es que las escuelas funcionen, que los profesores sean capaces de dar clase, de ilusionarse día a día para enseñar, de apreciar al alumno y además conseguir que sean más los que aprenden que los que fracasan. En esa situación el fracaso escolar, alto, muy alto, se queda chiquito comparado con el mayoritario éxito escolar, porque la mayoría de nuestros alumnos acaba sus estudios, y eso hay que tenerlo en cuenta tras saber y reflexionar el difícil, peligroso, ambiente que se vive en las aulas españolas.

Las soluciones no pueden partir sólo del ámbito escolar, la escuela es parte y reflejo de la sociedad, deben ser todos los actores sociales los que cojan el toro por los cuernos y decidan poner medidas que propicien una pacífica convivencia. Y una de las más importantes, creemos, debe ser poner las condiciones para que el profesor recupere la autoridad en el aula.

*Sociólogo