TCton el coste oficial del dinero a la baja (teóricamente, oxígeno para la inversión) y una inflación por debajo del 1,5 % (teóricamente oxígeno para el consumo), la economía camina hacia la deflación. Es decir, hacia el exceso de oferta en bienes y servicios que nadie compra. Ese minuto y resultado de la situación económica no refleja el drama social visualizado en la cola del paro. Es una lástima que el optimismo incurable de Zapatero no haya servido para crear puestos de trabajo. Tampoco ha servido el pesimismo interesado de Rajoy pero al menos debemos a su discurso el hallazgo retórico que consiste en referirse a la depresión económica como "depresión social".

Lo desalentador es que los indicadores siguen marcando una tendencia hacia el empeoramiento. Solo dos consuelos. Uno, el mal de muchos. Y dos, que estamos mejor que dentro de un mes, en vísperas de las elecciones autonómicas de Galicia y el País Vasco, convocadas para el domingo 1 de marzo. Esa inoportuna irrupción de las claves electorales en el debate sobre la situación económica explica, por ejemplo, la calma con la que el presidente del Gobierno, Zapatero, se ha tomado su deber de acudir cuanto antes al Congreso para rendir cuentas y contarnos sus planes para afrontar las consecuencias de las malas noticias que no cesan.

La fijación de su comparecencia ante el pleno de la Cámara para el día 10 de febrero, y no ya mismo, como proponía el PP, ha sido posible gracias a un sobrevenido cambio de posición de los nacionalistas catalanes. Por una razón muy simple: CiU y ERC no están en campaña.

Así, han tenido a bien echarle una mano a Zapatero, convencido de que para esa fecha ya podrá ofrecer datos más concretos sobre los efectos beneficiosos de la movilización de 8.000 millones de pesetas para frenar la destrucción de puestos de trabajo en los ámbitos municipales, los más cercanos al ciudadano y a las pequeñas empresas. De nuevo el optimismo incurable del presidente, cuyo efecto placebo también tiende a desaparecer.