La frase que encabeza este artículo ya la pronunció, en su día, un alto cargo de la UNESCO. El pasado día 27 de noviembre salía Felipe González a la palestra, con motivo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Y he aquí algunas de las perlas que soltaba nuestro expresidente del Gobierno: "Quiero hacer un homenaje al libro, a la palabra escrita. Leer es un alimento para nuestra propia riqueza. A veces decimos: No encuentro palabras . Pues lea. Porque no las va a encontrar en los chats, ni en el lenguaje de Internet ni en la televisión. allí va a encontrar una lengua de 1.500 palabras, que excluye a otras 30.000 palabras con todos sus matices (...)".

Cuando tanto pedagogo de salón anda campando a sus anchas y vendiéndonos la magia de las nuevas tecnologías, recibimos esperanzados esas nuevas bocanadas de aire fresco, que pretenden desmitificar el idolotrado culto que, de un tiempo a esta parte, se viene rindiendo a tanto ornador y a tanto Internet. ¡Qué ignorantes aquellos que nos llaman analfabetos a los que aparcamos en las cunetas las nuevas tecnologías! Por mucho que digan que la información es poder , nosotros afirmamos que el verdadero poder está en la capacidad crítica y en el riguroso análisis; asuntos que no se consiguen sólo con la informática. Y es que un perfecto asno delante de un ordenador será siempre un asno desde los pezuños a la cabeza.

XES LASTIMOSOx recorrer las bibliotecas de nuestros pueblos y observar que, si bien es cierto que se concentran en ellas un buen número de menores, nadie lee un libro. Los chavales están a lo suyo, a los jueguecitos en los ordenadores y a meter los hocicos en Internet, abriendo, a veces, páginas de pernicioso contenido para su formación como púberes o adolescentes. Y esta es una realidad como un templo. Baste con darse una vuelta por tales bibliotecas. Así que nadie se extrañe de tanta falta de ortografía, de tanta pobreza verbal, de tanta descoordinación mental, de tantos contravalores bullendo en el cacumen de nuestros menores, de tanto, en suma, fracaso escolar.

Estamos ante la era de las pantallas, porque nuestros chavales parece ser que no tienen otros entretenimientos que enrojecerse sus escleróticas frente al cristal del ordenador, de la pleiestesion , de la gamboy o del teléfono móvil. Y, claro, ocurre lo que ocurre: que aumenta el sedentarismo y, por ende, la obesidad entre nuestro muchachos. Puesto que lo tienen todo (aunque interiormente estén más vacíos que nunca), no ha cabida ya el virtuosismo que nos caracterizaba a los que pasamos nuestras infancias en un medio rural, cuando no existían todos esos artilugios y teníamos que agudizar el ingenio para inventarnos juegos o ejercitábamos suficientemente nuestros músculos corriendo por cerros y vaguadas. Teníamos menos cosas (la austeridad siempre fue virtud) pero éramos tal vez más felices y nos moldeamos de manera más ecológica, en armoniosa síntesis con nuestros ecosistemas. Seguro que nuestros ratos libres eran menos, porque había que ayudar a la familia en las tareas agropecuarias o de otra índole, pero estos trabajillos (otros pedagogos de tres al cuarto los denominan explotación encubierta ) no nos tiranizaban y seguro que nos sirvieron de mucho. Y es que uno de los muchos valores que nos transmitía la tribu (la comunidad campesina a la que pertenecíamos) era aquel de que en la vida hay que aprender de todo , haciendo bueno el aviso del refranero: el que no está acohtumbrao a lleval brágah, lah cohtúrah le jadin llágah .

Sin satanizar por completo los avances tecnológicos y el progreso, pero viendo cómo está el panorama, el tremendo daño que los descontroles de Internet y la enfermiza dependencia que los aparatitos de marras están creando en nuestros menores, no tenemos más remedio que reafirmarnos en ese mazazo que, no hace mucho, retumbó entre las paredes de la sede de la UNESCO: Más valores y menos ordenadores .

*Profesor