La ofensiva israelí contra Gaza va sumando muertos y entre las víctimas hay niños, muchos niños y adolescentes. Más de 200. La cifra es espantosa, pero tras este número se esconde una realidad que es todavía más horrible. Es el número de menores heridos (más de 1.500), pero también el de los cientos de huérfanos que dejan las bombas de la operación 'Margen Protector', como la niña cuyo corazón siguió latiendo en el vientre de su madre muerta por un proyectil. Y ello sin contar los miles y miles de niños y adolescentes traumatizados por unos ataques que no solo les dejan sin casa, sin familia y sin amigos, sino que les convierte en testigos directos de escenas sangrientas que ningún menor, en ningún lugar del mundo, debería tener que contemplar, cuyas secuelas tarde o temprano aparecerán y marcarán para siempre su vida. En el colmo del cinismo Israel acusa a Hamás de utilizar a los civiles como escudos humanos en hospitales y escuelas, y adjudica la autoría de algunos ataques contra la población palestina a los propios milicianos. Afortunadamente, testigos presenciales de los hechos, como los periodistas o los trabajadores de organismos internacionales sobre el terreno, pueden desmentir la grosera manipulación informativa. Israel podrá alcanzar sus objetivos militares y propagandísticos en la franja de Gaza, pero esta masacre de inocentes se convertirá en su gran derrota moral.