TEtsta semana hemos asistido a la enésima amenaza de los separatistas catalanes de iniciar su hoja de ruta para la desconexión. En un evidentísimo ataque al Estado de Derecho y en un desacato a los tribunales, la endeble mayoría secesionista de Cataluña asestó otro golpe al corazón de nuestra soberanía nacional, con la aprobación, ya de manera oficial, de un proceso constituyente propio.

Llegados a este punto, si el independentismo no tiene complejos para intentar destruir la unidad nacional, quienes presumimos de ser constitucionalistas no tenemos excusas para dejar claro que este zafio desafío no puede salir gratis.

Frente a estos arrebatos con tintes golpistas ya no caben paños calientes. Ante una afrenta tan clara, todos los españoles que creemos en este gran país y que defendemos la unidad de España con múltiples acentos, con múltiples aspiraciones, sin agravios y sin tópicos, faltos de realismo y de solidaridad debemos levantar nuestra voz. Esta minoría que está intentando cambiar de mala manera las reglas debe saber que no vamos a permitirlo, porque nadie está por encima de la ley y nadie puede decidir unilateralmente ir en contra de la Constitución ni tampoco puede quebrar la soberanía nacional.

En un mundo que apuesta por fusiones, por integraciones y por esfuerzos compartidos, no abre puertas quien divide. Pese a su falta de legitimidad, el separatismo parece estar dispuesto a ir hasta el final en esta mascarada rupturista. Todos los partidos políticos que creemos en la Constitución debemos dejar de autoengañarnos y decidir ponerle freno a esta burla, afrontando este escenario con valentía.

Quien vulnera las normas que nos hemos dado entre todos no busca diálogo, sino imponer un chantaje. Hoy es más necesario que nunca que todos demostremos que España está por encima de cualquier interés. Este es un motivo más que suficiente para que tengamos ya un gobierno sólido que dé cumplida y unánime respuesta a este desafío.