Suelo estar de acuerdo con los artículos que Marías publica cada domingo, y espero algunos de sus temas recurrentes con la sonrisa cómplice de una lectora rendida. Entiendo su enfado ante la mala educación reinante, su crítica a ciertas tradiciones, a la incultura, al ruido, a los descabellados planes educativos o las modas que avasallan cualquier lengua. Pero este domingo ni puedo ni quiero estar de acuerdo con lo que escribe.

Cualquier tiempo pasado fue pasado, no mejor. No me gusta esa mirada de abuelo Cebolleta sobre el mundo actual. Y no me apetece compartirla. Me parece un síntoma de impaciencia más que una descripción de lo que de verdad sucede.

No vivimos en una sociedad de mastuerzos ni de jóvenes educados en la molicie sin autoridad alguna. Sí es cierto que la relación entre padres e hijos ha cambiado mucho pero tampoco defiendo la relación antigua. Puede que los padres nos hayamos vuelto más permisivos, pero no querría volver al autoritarismo de hace años.

Ni en casa ni en las aulas. No creo en el porque lo digo yo como medida educativa. Además, no funciona. Puede que se nos haya ido la mano en muchas cosas, en esa creencia estúpida por ejemplo de que todos son capaces de cualquier cosa que se propongan. O en no frustrar a los niños a pesar de que sabemos que un fracaso a tiempo enseña mucho más que cualquier triunfo. Pero no educamos mastuerzos. Haberlos, los ha habido siempre. O Marías tiene mala memoria o su infancia fue diferente a la mía. También entonces decían que los jóvenes eran maleducados, sin respeto por los mayores, sin ideales. Y ahora, lo mismo.

Solo que las redes sociales amplifican cualquier defecto y muestran qué es capaz de conseguir un descerebrado a poco que se lo proponga. Pero al lado de los youtubers más estúpidos conviven jóvenes magníficos.

No todo es negro. Ni siquiera gris. Nuestros jóvenes hablan idiomas, se relacionan, tienen cultura. Y luego, están los mastuerzos, sí, pero como siempre.

Por edad, muchos de los acusados por corrupción han debido de recibir una educación más severa que la de ahora. Y el resultado ya se ve. Menudo ejemplo. No es tanto cuestión de edad sino de ética. Y yo confío en que en ese sentido cualquier tiempo pasado haya sido peor, y en que estos jóvenes de ahora puedan lavar la inmundicia heredada.

* Profesora