TAt los que, como Aznar , no creen en el cambio climático, también les van a picar, si es que no les han picado ya, las chinches y los mosquitos-tigre, cuya irrupción en masa en nuestras hasta hace poco asépticas vidas se debe, entre otros factores de incidencia menor, al sindiós del calentamiento. La Naturaleza, a la que el ser humano parece odiar con todas las potencias de su alma, responde a nuestras agresiones con lo mismo, y en su legítima venganza, junto a catástrofes de gran aparato, devastación y mortandad, nos envía también bombas de racimo (el acuerdo para su erradicación no lo han suscrito ni EEUU ni China, ni Rusia, ni la Naturaleza) compuestas por miriadas de insectos de los que amargan la existencia, una existencia que, como se sabe, se ha edificado sobre la destrucción del medio natural. Así, criaturas que creíamos extinguidas, como la chinche, vuelven, y particularmente enloquecidas y voraces, a nosotros.

A las chinches, esos hemípteros del tamaño de una lenteja que nos mortifican por la noche, como la conciencia a los que tienen conciencia, se suman, entre otros, el mosquito-tigre, un nematócero de hábitos más decentes que sólo pica de día, y la cucaracha americana, monstruo indestructible del tamaño de un galápago mediano que, por si no bastara el horror que suscita su sola presencia, contamina los alimentos y provoca asma alérgica entre los humanos circundantes. A los que, como Aznar, no creen en los daños irreversibles que una tecnología brutal y un progreso apócrifo le han propinado al mundo en que vivimos, también les van a picar las chinches y los mosquitos-tigre, por muchos guardaespaldas y mucho coche blindado que lleven.

La globalización, en este caso el tráfago constante de personas y mercaderías, y la masiva importación de muebles asiáticos usados con toda clase de huevecillos dentro, andan también detrás de estas plagas bíblicas. Pero lo que está delante es la delirante estupidez, defendida por algunos, de matar todo el rato a la madre.