Atfonso Sastre , cabeza de lista de Iniciativa Internacionalista en las elecciones europeas, ha ocupado el papel oficioso de portavoz de ETA afirmando que si el Gobierno no negocia "nos esperan tiempos de mucho dolor". El ejemplo latente es el último asesinato de ETA: la organización terrorista sabe que no puede ganar una batalla militar al Estado; mata para provocar una negociación y lo seguirá haciendo mientras le quede la más mínima esperanza de que el cansancio de la muerte puede promover el desistimiento de la sociedad. Es su única baza. Paradójicamente, el asesinato de Eduardo Puelles es un síntoma de debilidad: ETA necesitaba matar para mandar un mensaje interno de firmeza a los que le están pidiendo desde su propio entorno el abandono de la violencia. Pero han cambiado muchas cosas en poco tiempo. La primera, una extraordinaria eficacia policial que garantiza la detención encadenada de las sucesivas direcciones de ETA. Una debilidad operativa en la banda que no excluye la posibilidad de realizar determinados atentados. En segundo lugar, la desaparición de la representación de ETA en las instituciones, lo que le impide un contacto vicario y fiduciario con la sociedad vasca desde la pretensión de ser una organización política. Y por último, y tal vez más importante, un Gobierno vasco cuya prioridad es combatir y acabar con el terrorismo, proteger a las víctimas y perseguir a los colaboradores y encubridores de ETA. Lo inteligente sería trasladar de forma inequívoca a ETA que haga lo que haga jamás va a conseguir que el Estado democrático inicie una nueva negociación. El día que ETA interiorice que esa batalla la tiene perdida, la ecuación de sufrimiento por negociación dejará de tener sentido. La amenaza de Alfonso Sastre en realidad marca un camino. La sociedad tiene que elegir el sufrimiento porque este tiene fecha de caducidad en la derrota de ETA; la esperanza de que la negociación pueda llegar a producirse es su única razón de ser y su única esperanza. Nos toca aguantar y golpear lo más duro posible.