WLwa destitución de Enric Marco como presidente de la Amical de Mauthausen por haber falseado su condición de deportado, y la retirada de la Cruz de Sant Jordi concedida por ese motivo, deben cerrar este triste capítulo. Justificar la impostura de hacerse pasar por preso en el campo de Flossenbürg con el pretendido buen fin de difundir el recuerdo de la barbarie nazi es un abuso inadmisible. Hay suficientes testigos vivos de aquella barbarie que no dejan cabida a ningún falsario.

El de Marco parece un caso de mitomanía. Con esta patología o sin ella, no son pocas las biografías reinventadas en nuestro pasado reciente: franquistas reconvertidos en demócratas de toda la vida y antifascistas que exhiben más méritos de los demostrados. Pero el caso de Marco es más grave. Lo peor no ha sido su engaño, sino que haya podido dar el más mínimo argumento a los movimientos neonazis que minimizan o niegan el Holocausto. Y que, por un protagonismo personal, se haya dañado la credibilidad de millones de seres humanos que sufrieron aquella atrocidad. El horror de Mauthausen y de los otros campos de exterminio fue real, está ampliamente documentado. Y es obligación colectiva mantener viva esta memoria.