Ni a los hermanos Marx se les hubiera ocurrido un guión tan original como lo sucedido durante esta semana en torno a la medalla de oro de Cáceres, máxima distinción que da la ciudad a las personalidades más insignes. Gobierno y oposición se han disputado en todo momento aquel dicho de donde dije digo, dije Diego , ante la insólita sorpresa de los ciudadanos. Lo que parecía un acuerdo unánime e intranscendente de la comisión de cultura se ha convertido en una sucesión de despropósitos digno de una medalla, pero olímpica. Nadie sabe y todos hablan sin conocer de fondo el objeto en cuestión. Porque, ¿cómo se explica que se quiera cambiar algo que ya está cambiado desde hace años? Se caería en un error si se pensara que en este asunto de la medalla hubiera mala intención por algunas de las partes. Todo lo contrario. Pero toda esta controversia ha destapado una supina inocencia, que no ignorancia, política que llega al absurdo. Afrontar esta situación con la mayor humildad es lo único que queda para quienes no han hecho los deberes a tiempo, porque si se va a una comisión, lo menos que se pide es ir bien aleccionado y prepararse el temario que se va a discutir. Y eso sólo se aprende en la escuela.