España deslumbra al mundo, para lo bueno y para lo malo. Mientras nuestras selecciones (fútbol, balonmano) y deportistas como Fernando Alonso , David Cal y Rafa Nadal (ahora lesionado) dominan las pistas, España, en lo socio-político, se convierte en el hazmerreír. Somos capaces de organizar la mejor liga de fútbol del mundo y parir a los Xavi/Xabi e Iniesta al tiempo que permitimos e incluso alentamos la desfachatez de los Urdangarin , los Bárcenas , los Pujol , el fraude de los EREs en Andalucía, la trama Gurtel en Valencia, etcétera. No tenemos parangón: cuando nos esforzamos en una actividad, sea deportiva o delictiva, no hay quien pueda hacernos la competencia. Unos héroes en la cancha y unos desalmados en la gestión de la cosa pública, eso es España. Somos como esos pésimos estudiantes que se convierten en capitanes del equipo deportivo: no aprenden nada pero corren mucho.

Pero, ya en frío, ¿qué le importa a cualquiera de los seis millones de parados si somos capaces de doblegar a Dinamarca en la final de la copa del Mundo de balonmano? Ellos preferirían -y yo también- vivir en un país que les ofrezca más oportunidades que la del orgullo patrio que destilan las medallas. ¿De qué nos sirven los éxitos del Barça si más de la mitad de los catalanes abrazan la independencia? ¿De qué sirve que España sea campeona de Europa y del Mundo si la educación y los servicios médicos se deterioran?

Menos samba e mais trabalhar. Es hora de que nuestros políticos suden la camiseta y demuestren al mundo entero que son capaces de gestos más honrosos que vaciar las arcas públicas o desatender los servicios sociales.