No soy partidaria de andar celebrando días a diestro y siniestro, como si no tuviéramos otra ocupación que andar pegando cartulinas en los pasillos de nuestros centros educativos, o preparar mesas redondas o cartelitos para que se hagan la foto los políticos de turno.

Pero esta semana han coincidido el Día del padre, y el Día mundial de la poesía, y el de la felicidad, y el de la lucha contra la discriminación racial, y el Día del Síndrome de Down, y no se me ocurre una semana más completa.

Yo sé que el origen del primero es comercial, pero me siguen enterneciendo esos paquetitos que los niños esconden por toda la casa. O entregan enseguida, deseosos de ver en la cara de su padre una sonrisa de agradecimiento ante la bola de plastilina o la corbata de papel, el trabajo minucioso de sus pequeñas manos.

Y también hemos celebrado el día de la felicidad, la ausencia de dolor, que no valoramos hasta que empezamos a perderla. Y de la lucha contra el racismo, una anomalía de mentes descerebradas que creen estar a salvo detrás de una frontera dibujada en un mapa de papel.

Y hemos conmemorado el Día del Síndrome de Down, para seguir enseñando que la diferencia solo está en el ojo del que mira. Y por último, el Día de la poesía, y hoy que ya es jueves, y estamos a punto de terminar la semana, no puedo dejar de pensar que todo es más o menos lo mismo. Y que es una lástima que coincidan celebraciones tan importantes antes de las vacaciones, y entre notas y exámenes no tengamos tiempo de hablar con los alumnos de la felicidad, ese bien efímero que deberían conservar como oro en paño, una expresión antigua que siguen utilizando aunque ya no la comprendan.

O de los padres, o del respeto a los mayores en que todos nos convertiremos, a no ser que pensemos en la otra opción, que desde luego no es nada recomendable. Y en la lucha contra el racismo, la pelea contra la anormalización de la diferencia, en unas aulas cada vez más enriquecidas con personas de otros países y culturas. Y en fomentar la admiración de los que se esfuerzan cada día como todos nosotros, a pesar de que sus rasgos físicos sean distintos. Es una pena, sí, que coincidan tantas celebraciones.

En medio, sobresale la poesía, que lo celebra todo, y de todo se hace eco. Cada vez más necesaria. Cada vez más arma cargada de futuro. Y además acaba de llegar la primavera. Una semana de esperanza después de un invierno que se ha hecho demasiado largo. Muchos días, sí. O muy pocos. Nadie sabe la medida exacta de lo importante.