Están ocultos en la despensa. No se sabe ya cuántos años. Son conscientes de que su caducidad es inminente. Les queda poca vida útil. Sin embargo, aguantan estoicos e impertérritos a que un día de estos tengas que hacer un regalo a un amigo enfermo o que tu cuñado cumpla años.

Son las famosas comidas-obsequio: melocotones en almíbar, turrones de marcas desconocidas, magníficos licores de sustancias increíbles como el tabaco, la bellota, o la mandarina, dátiles ya con aspecto de alpargata, peladillas con sabor amargo, frutas escarchadas por el tiempo y la memoria…

Ellos saben que ahora con la llegada de la Navidad, les llega la época de su mudanza. Porque siempre tienes algún compromiso, alguna visita a un amigo. Y cuando estás cogiendo el ascensor para ir a verle dices: «Mierda. No tengo regalo. ¿Y ahora qué le llevo?»

Entonces vas decidido a la alhacena. Suspiras aliviado. Allí están: turrones y peladillas mostrando su mejor sonrisa, aparentando un aspecto saludable a pesar de los años. Y coges lo primero que se te ocurre y lo metes en una bolsa, eso sí, que sea vistosa, a ser posible de El Corte Inglés.

Los alimentos-regalo ven el mundo solo en el trayecto de tu casa al domicilio del amigo obsequiado. Una vez allí, tras las frases laudatorias de rigor y la mediosonrisa de compromiso, vuelven a sus nuevas despensas a vegetar felices durante años hasta que un día alguien lea la fecha de caducidad y acaben en el Banco de Alimentos... O bien regalados de nuevo.

Hace poco he sido obsequiado durante un periodo de convalecencia con unos bombones. Sospecho que son unos que regalé hace un año a un amigo común de quien me los obsequia ahora. Al final eso del eterno retorno de Heráclito es una verdad como un templo. Finalmente, no he tenido más remedio que comérmelos, aunque estaban resecos. Iban a caducar. Quizá le corresponda a mi amigo estas fiestas con un bote de espárragos de cuando la Expo 92. ¡Viva la economía verde y circular! Refrán: Raro es el regalo tras el que no se esconde algo malo.