WHw an pasado 65 años desde que el mundo descubrió el horror nuclear con el lanzamiento sobre Hiroshima de la primera bomba atómica. Ha tenido que pasar todo este tiempo para que representantes de EEUU, el país que lanzó el artefacto, de Francia, del Reino Unido, así como el secretario general de la ONU, acudieran a la ceremonia conmemorativa ante el esqueleto de la cúpula que simboliza aquella barbarie pasada. Aquel domo que sobrevivió a la bomba es también el recordatorio de lo que puede ocurrir en el futuro si alguien decide recurrir al arma más mortífera y de consecuencias más terribles que ha inventado el hombre. Los años transcurridos y la desaparición de los testimonios son un grave riesgo para la memoria, en EEUU y en el mismo Japón. Cada vez es mayor el número de estadounidenses que desconocen la responsabilidad de su Ejército en aquel acto. En Japón empiezan a difuminarse los principios que prohíben la producción, la posesión y la entrada de armas nucleares. Como denuncia el premio Nobel Kenzaburo Oé, un grupo de expertos ha recomendado al Gobierno que permita el paso de armas atómicas por territorio nipón para asegurar el paraguas nuclear que facilita EEUU desde sus bases japonesas, algo que, por otra parte y en secreto, ya ha ocurrido. Urge por tanto mantener bien viva la memoria. Si en su próxima visita a Japón, Obama, que aboga por un mundo libre de armas nucleares, visita la ciudad, podrá sumar argumentos a sus aspiraciones frente a una politica desmemoriada.