Exministro de Cultura

La primera vez que oí hablar del actual presidente del Gobierno, José María Aznar, fue a causa de un artículo que publicó en un periódico de su tierra natal. Protestaba contra el cambio de nombre de la avenida del Generalísimo Franco, que se iba a transformar en avenida de la Constitución. Algunos colegas parlamentarios tomaron a broma aquel asunto, pero la mayoría pensamos que aquello no era un simple brote de falangismo sino algo más, como se ha demostrado. Era la expresión de una nueva generación que se apoyaba en los restos del franquismo para crear un nuevo espacio contra la izquierda tras el hundimiento de UCD. Desde la muerte de Franco y el comienzo de la democracia había existido una especie de acuerdo no escrito entre la derecha y la izquierda para no resucitar los tremendos agravios del pasado, aun a costa de grandes concesiones por parte de una izquierda que salía de la clandestinidad. Por ello, cuando el PSOE ganó las elecciones generales por mayoría absoluta pareció que los fantasmas del pasado iban a desaparecer para siempre jamás.

La realidad no ha sido tan fácil ni tan transparente y una de las consecuencias de este proceso ha sido la escasa literatura y discusión sobre el pasado de nuestra vida política. La izquierda hizo algunos intentos en las peores de las condiciones, es decir, en la clandestinidad. Cuando el PSOE llegó al Gobierno estuvo más interesado en consolidar el presente y el futuro que en reconstruir el pasado. En cambio, la derecha se ha dedicado desde el primer momento a extender su poder, mezclando lo político con lo económico y manteniendo a buen recaudo una buena parte de un pasado que todavía está vigente en muchos aspectos.

Por esto es importante que, desde diversos sectores de la izquierda, empecemos a percibir un cambio interesante, como si de golpe se hubiesen puesto de acuerdo los que se mantenían en la oscuridad para contarnos su paso personal o colectivo por los fatales años del franquismo. Poco a poco ha surgido una literatura cauta e insegura sobre el asunto, que tiende a consolidarse. Y este interesante salto de la oscuridad a la luz ha venido acompañado de otro dato no menos importante. Me refiero a la acción de tantas personas que han vivido la tragedia de tener que mantenerse en silencio ante la muerte brutal de sus padres y madres, sus hijos y sus hijas, asesinados por las tropas de Franco y enterrados en espantosas fosas comunes.

Es posible que una parte de las nuevas generaciones y hasta de sus antecesores no muestren un interés especial por estos asuntos. Es cierto que muchos de nosotros hemos preferido apartar esta fase de nuestro propio pasado en aras de salir del fango franquista y consolidar la paz. Pero cuando la paz se ha establecido y parece segura, tenemos la obligación de no aceptar ni un solo paso atrás. Y para ello es indispensable que las nuevas y no tan nuevas generaciones sepan con exactitud qué ha sido nuestro pasado en todos sus aspectos, para que nunca podamos retroceder en nuestro camino.

No parece que vaya a existir en nuestro continente una guerra tan brutal como lo que iba a ser la inmensa tragedia de toda Europa, lanzada a la violencia más extrema por Hitler y Mussolini, ambos amigos de Franco. Pero puede haber otras guerras tanto o más brutales si los amigos del petróleo y de la guerra deciden utilizar sus inmensos arsenales. Por esto pido al lector que lea algunos textos de este tremendo asunto, que vaya a ver películas como El pianista y que decida por sí mismo si éste es el camino a seguir o si hay otro basado en la paz y en la concordia de los pueblos, de los colores diversos de la piel, de las diferentes religiones, de la diversidad de las lenguas y de la fusión de los luchadores por la paz.