Barack Obama aspira a un mundo libre de armas atómicas, lo que parece el sueño imposible de un visionario si se tiene en cuenta que hay países que no están dispuestos a renunciar a ellas y otros en acelerado desarrollo de programas nucleares. Sin embargo, poco a poco el presidente del único país del mundo que las ha usado toma medidas que reducen tanto su hipotético uso como su almacenamiento. Una de ellas es la firma hoy en Praga junto al presidente ruso, Dmitri Medvédev del nuevo tratado START por el que ambas potencias se comprometen a reducir sus arsenales. Otra es la conferencia internacional contra la proliferación nuclear convocada por Obama para la próxima semana, a la que asistirán 40 países. Las dos iniciativas necesitan de una o varias contrapartes para alcanzar un acuerdo. Por el contrario, la revisión de la política nuclear anunciada es una estrategia nacional estrictamente estadounidense y la que mejor refleja la voluntad de Obama, pero también sus limitaciones.

Sin afectar a la seguridad de EEUU, la Casa Blanca se compromete a no desarrollar nuevas cabezas atómicas y reduce las condiciones de uso de las existentes, modificando así la decisión de la anterior Administración, que preveía utilizarlas como respuesta a amenazas convencionales o bioquímicas. La nueva estrategia restrictiva deja fuera a Irán y Corea del Norte, los dos países en pleno desarrollo de su programa nuclear. Estas limitaciones reflejan las contradicciones de la aspiración a un mundo con menos armas y más seguro mientras hay países que actúan fuera de control.