Como decía hace un par de meses, según Spengler, en nuestro milenio empezaría una era de césares y una vuelta al argumento de la fuerza.

Sloterdijk también pronosticaba la imposición de un capitalismo autoritario que tenía su precursor y modelo en Singapur (paraíso fiscal para las empresas, sin libertad de prensa, y con pena de muerte a quien trafique con drogas).

Después del atentado en Berlín, con doce víctimas mortales, una encuesta decía que la mayoría de los berlineses quería más cámaras de vigilancia. Los terroristas en eso están ganando la partida, haciendo que los occidentales, cuyo bien más preciado (que envidian millones de jóvenes musulmanes, reprimidos en Argelia o Irán) era la libertad en su vida privada, acepten la existencia de un Gran Hermano a cambio de más seguridad, preparando a largo plazo la llegada de gobiernos autoritarios. La democracia, como todo avance de la civilización, es algo frágil.

Stalin se partía de risa cuando supo que Churchill, que había llevado a su país a la victoria contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial, había perdido las elecciones ante los laboristas. Stalin, desde luego, no corría ese riesgo.

Asistí, durante la feria del libro de Fráncfort en 2011, al debate sobre Atrevernos a menos democracia [Weniger Demokratie wagen] donde Laszlo Trankovits, dándole la vuelta al valiente eslogan de Willy Brandt, apostaba por reforzar el poder ejecutivo en aras de una supuesta mayor eficiencia. Ante esa amenaza, parece increíble que la izquierda no pueda unirse en un frente unido en defensa del Estado del bienestar, las libertades civiles, y una distribución de la riqueza más justa.

Las disputas donde se entremezclan lo ideológico y lo personal, tormentas en un vaso, ocupan a los desocupados que se pasan el día enredando en Twitter y Facebook, y a los periodistas, que viven de eso. Pero a la cajera o camarera, que trabaja diez horas y luego ha de ocuparse de su hija, al repartidor que con su furgoneta hace mil kilómetros al día, las interminables polémicas entre Iglesias o Errejón, de cara a ese Vistalegre con pocos motivos para la alegría, les suenan a chino, como el baile de pretendientes en el PSOE, más pendientes de seducir a Vara o Iceta que a sus votantes potenciales. Vaya jaula de grillos, piensan con hastío, y cambian de canal (y a veces, de partido).

Mientras, España es un país cada vez más desigual, donde se bate un nuevo récord de turistas extranjeros pero la mitad de su población no puede irse de vacaciones.

En la televisión pública, Zoom Tendencias les habla de hoteles de lujo en San Francisco o Ciudad del Cabo y las revistas del corazón les cuentan las penas de amores de las aristócratas.

* Escritor