Por más que se busquen matices que reduzcan el éxito, la estadística europea que se ha conocido en los últimos días es incontestable: España es el país europeo en el que más se reducen las muertes por accidente de tráfico. En el primer semestre de este año han fallecido casi la mitad de personas que hace ocho años, concretamente un 45,2% menos, lo que supone un progreso muy considerable.

Las causas de tan significativo descenso hay que buscarlas en primer lugar en la cada vez menor tolerancia con los infractores de las normas de tráfico. Los radares y controles de alcoholemia han acabado por convencer a los conductores de que deben respetar las limitaciones de velocidad --que, dígase lo que se diga, son lógicas-- y que no pueden sentarse al volante en estado ebrio. El exceso de velocidad y la conducción bajo los efectos del alcohol son las dos principales causas de los accidentes en el asfalto. Al castigar especialmente esos dos comportamientos incívicos se han obtenido resultados espectaculares.

La reforma del Código Penal, que castiga con cárcel los delitos graves contra la seguridad vial, y la introducción del carnet por puntos son los dos instrumentos a los que el Estado ha recurrido para aumentar el grado de responsabilidad de los conductores. Es indiscutible que se ha recurrido al miedo a las sanciones, pero también lo es que la estrategia ha tenido éxito. Si España ha logrado reducir esta triste estadística es también, y no conviene olvidarlo, por la mejora de las carreteras y la renovación del parque móvil. Más autovías equivalen a menos accidentes.