Uno de los momentos clave de la pasada comparecencia de Zapatero en el programa de televisión Tengo una pregunta para usted fue la siguiente afirmación: "yo puedo equivocarme, pero yo no miento" a propósito de su conocimiento o no durante la campaña electoral de 2008 de las previsiones negativas sobre la economía, que machaconamente se negaron a calificar de crisis. Sin duda, es la respuesta adecuada para no perder credibilidad y, si va acompañada de gestos mesurados, cara de buena persona y voz pausada, lo que podría haberte debilitado, al contrario, te refuerza. Esto es la política.

Sin embargo a la vista de la evolución de los acontecimientos, mas allá de que de cada uno quiera absolver o culpabilizar a Zapatero, podemos preguntarnos ¿qué es más grave, la mentira o el error? ¿Qué podemos aceptar sin pedirle responsabilidades?

Nuestras convicciones morales nos llevan a rechazar la mentira porque es consciente y toleramos el error porque es involuntario, pero en ambos casos hay que afrontar las consecuencias. Pensemos en cualquier ámbito de la vida real, comercial, educativo, empresarial, laboral, deportivo, médico... y por qué no, político. ¿Nadie responde por los daños a terceros producidos por error?

XPONIENDO UNx símil médico fácil de entender por todos, pensemos en un diagnóstico que implica un tratamiento determinado. Si el diagnóstico es erróneo, el tratamiento, por ende, será erróneo y no contribuirá a curar la enfermedad real que de momento permanece no identificada y continuará causando daños al organismo.

Puede ocurrir que el médico tenga un diagnóstico correcto, pero temiendo la reacción del enfermo o que el conocimiento inesperado de la gravedad pueda tener efectos negativos añadidos... oculte o minimice la realidad. El doctor habrá evitado una reacción negativa del paciente, pero el tratamiento que aplique será el correcto, el que buscará la curación de la enfermedad.

Si Rodríguez Zapatero, en su bondad, se equivocó en el diagnóstico, quiere eso decir que también se equivocó en el tratamiento y que siguió tomando decisiones que eran erróneas y que no contribuían a resolver los problemas reales que, como la enfermedad no identificada, seguían agravándose. Zapatero no es inocente. Siguiendo con el símil médico, ya sabemos la diferencia entre actuar a tiempo o actuar tarde.

Si Rodríguez Zapatero actuó como el médico piadoso que sabe, pero que oculta o minimiza la enfermedad y sus consecuencias, tampoco es inocente. No lo hizo por el enfermo que podría deprimirse sino para evitar la reacción airada del paciente, (en este caso de los electores) que con toda razón, podría volverse contra el médico y pedirle explicaciones ya que hasta entonces y gracias a sus cuidados, siempre le había dicho que tenía una salud perfecta.

Dejando por un momento la metáfora y volviendo a lo concreto, el panorama es desolador. Los que negaron la crisis, quizá ahora la magnifican, tan pronto nos dicen que lo peor está por venir como que en un año habrá un horizonte nuevo. ¿Otra vez el doble lenguaje? ¿Exageran ahora para después rentabilizar algo si el daño no llega a catástrofe? ¿Por qué vamos a creer que las previsiones que hacen ahora son buenas? ¿A quién creo, a Almunia o a Solbes ? ¿Mienten o se equivocan?

La pregunta inicial ¿mentir o equivocarse?, sólo admite una respuesta que es el rechazo de ambas. No queremos que el médico nos engañe y menos aún que se equivoque. Una sociedad democráticamente madura no se merece la mentira y tampoco va a soportar sin pedir cuentas las consecuencias de graves errores. En ninguno de los dos casos ZP es inocente, y aunque ante las cámaras saliera airoso tendrá que dar algo más que buenas palabras, buen talante y gestos de ánimo. El tiempo vuela y se lleva las sonrisas.