La grosera manipulación por el Gobierno argentino de la cifra de afectados por la gripe A --puede que 100.000-- y de muertos --parece que 44-- no solo desorienta a la opinión pública, sino que inhabilita moralmente a los cargos públicos que, en vigilias electorales, prefirieron ocultar la verdad a pechar con ella. Porque al velar la realidad con cifras falsas , no solo soslayaron el derecho de los ciudadanos a disponer de información veraz, sino que jugaron con su salud y no tomaron las medidas preventivas, de aislamiento y limitación de acceso a los grandes espacios públicos que recomiendan los epidemiólogos. Ni siquiera hicieron algo para coordinar los planes de lucha contra la enfermedad puestos en marcha por varias provincias en orden disperso y con gran aparato propagandístico.

El correctivo electoral sufrido por los Kirchner es un mal menor a la vista del disparate consentido por la presidenta y el peronismo oficialista. La razón es obvia: si las estadísticas que ahora se conocen se hubiesen divulgado antes del 28 de junio, día de las elecciones, y se hubiese dado noticia de la extensión de la enfermedad, el descalabro habría sido mucho mayor. Lo cual lleva a la triste conclusión de que el reparto final de escaños no refleja ni de lejos el sentimiento de indignación en la calle. A partir de ahora, y esto es lo peor, cualquier dato de la pandemia que dé el Gobierno carecerá de valor. En cambio, los medios sensacionalistas y los desaprensivos de todas las familias políticas tendrán un amplio margen de maniobra para intoxicar sin reparos. En Argentina, un país de comportamientos pendulares, es lo peor que podía suceder.