El suicidio del especialista en armas biológicas David Kelly, sospechoso de ser el topo que filtró a la BBC cómo el Gobierno británico exageró las amenazas del arsenal de Sadam, ha puesto contra las cuerdas a Tony Blair. Ayer, el primer ministro se quedó sin palabras cuando periodistas de su país le preguntaron si se sentía "con las manos manchadas de sangre" y si estaba dispuesto a dimitir o a aceptar dimisiones en su gabinete. Un indicativo de la conmoción que ha provocado el suicidio de Kelly y de la comprometida situación de los laboristas.

Después de que la BBC dejase en evidencia al Ejecutivo de Blair, éste contraatacó con más desinformación tramposa: contra los medios, contra los servicios secretos de otros países que supuestamente facilitaron información falsa y contra los expertos sospechosos de las filtraciones. Esta vez su estrategia se ha cobrado una víctima en el eslabón más débil: un científico acusado y desautorizado sin pruebas concluyentes y sometido a implacables interrogatorios parlamentarios. Una muerte que no se puede calificar sólo de "terrible tragedia". Al primer ministro le ha llegado el momento de hacer frente a las responsabilidades derivadas de sus mentiras y de su actitud indefendible.