Los arsenales prohibidos de Sadam Husein continúan sin aparecer, a diferencia de los indicios que revelan hasta qué punto el Gobierno de Estados Unidos engañó al mundo. Sus mismos servicios secretos se desmarcan de los informes falsificados, el inspector de la ONU Hans Blix confirma su endeblez y los miembros con menos escrúpulos de la Administración de Bush admiten que sólo fueron una coartada. La amenaza política sobre George Bush es todavía tenue, envuelta como está la claudicante clase política de EEUU en la bandera del patriotismo militarista. Pero mentir a un país para llevarlo a la guerra es un engaño mucho peor que los que les costaron la presidencia, o casi, a algunos de sus predecesores. Es mucho más concreto el aprieto en que se encuentra Blair, a quien el ala izquierda del laborismo, los liberaldemócratas y conservadores favorables a la intervención ya lo tachan directamente de mentiroso.

En España, el seguidismo de Aznar ha quedado en evidencia. De presumir de informes que revelaban la amenaza mundial de Sadam se ha pasado a argumentar que las armas pueden no aparecer pero que eso resulta "irrelevante". Quienes acataron las órdenes de Bush a ciegas ya demostraron que para ellos lo era, y desde el primer día.