En la bolsa española se puede hablar de desbandada sin faltar a la más mínima objetividad. El Ibex descendió ayer hasta un 7,54%, en sintonía con el resto de mercados europeos y asiáticos. Sin precedentes en la historia bursátil española en cuanto a caídas en un solo día, pero con la coincidencia de tendencias similares en los corros de todo el mundo, salvo Nueva York, cuya bolsa estuvo cerrada por festivo y que el viernes dejó su mensaje anticipado al resto de mercados.

En síntesis, los gestores del ahorro norteamericano y de buena parte del mundo no se creen las propuestas del presidente George Bush para reactivar la economía de EEUU, pese a que aún no hay ninguna cifra fidedigna de que pueda entrar en recesión, aunque sí todos los indicios de que podría suceder.

La receta del republicano Bush, devolver a los ciudadanos parte de los impuestos que ya han pagado para que los gasten o los inviertan, no gustó a los operadores de Wall Street --tampoco a los representantes del partido demócrata ni al premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz--, y abrieron la tormenta que pasó de viernes negro a lunes negro según los husos horarios.

En España, una caída de tal dimensión requiere tanta preocupación como sosiego. Nuestro mercado bursátil es mucho menor que el de las grandes plazas --Nueva York, Londres, Tokio-- y, por tanto, más estrecho: las salidas y entradas de capital siempre quedan agrandadas. Y también debe tenerse en cuenta el ajuste particular en las empresas que aparecieron al pairo de la exuberancia del sector inmobiliario --más dominado por promotores que por constructores--, que se está reduciendo a su tamaño real con la misma celeridad con la que creció inmerecidamente.

Desde ayer, la cuestión de fondo, con la vista puesta en las elecciones del próximo mes de marzo, es saber si pudo evitarse el desplome y si hay remedio inmediato, gobierne quien gobierne.

La respuesta ha de ser que no, aunque con matices. Hasta el pasado mes de agosto, nadie conocía la descarada opción de la banca norteamericana de prestar dinero a gente insolvente,modalidad que había extendido imperceptiblemente a todo el sistema financiero mundial. De esa debilidad que arranca en el corazón mismo de la economía mundial (Estados Unidos ha funcionado durante las últimas décadas como locomotora del resto de sociedades capitalistas), y a diferencia de otras crisis cuyo epicentro estuvo en países emergentes (México, Rusia, Corea...), aún no es posible establecer las consecuencias y buscar los remedios.

Con todo, ya nadie puede sustraerse a la sensación de crisis, y menos en periodo electoral. Como es inevitable, habrá que escuchar con atención a quien mejor sepa describir cómo combatirla.