Periodista

Acabo de comprarme la última novela de Mario Vargas Llosa, El Paraíso en la otra esquina , y mientras la leo, no dejo de recordar una de las anécdotas más angustiosas y divertidas de mi relación con el periodismo. Todo sucedió en Santiago de Compostela el 15 de marzo del año 2000. Vargas Llosa acudía al Hostal de los Reyes Católicos a presentar su novela La fiesta del chivo ante los medios de información. El jefe de prensa de la editorial Alfaguara me había prometido una entrevista de media hora a solas con el escritor y yo me había trabajado las preguntas a conciencia. Eran formulaciones pedantes y letradas del tipo: hace ya muchos años, al estudiar los personajes de La ciudad y los perros , Mario Benedetti creyó ver en usted una filosofía pesimista, desolada, fatalista, frustrante en la que, aparentemente, no hay salvación para el hombre. ¿Cómo ve usted el mundo y al hombre 38 años después?... Y así hasta 17 preguntas en las que citaba a Einstein, a Beethoven, a Muñoz Molina o a José Luis Martín. Nunca antes (tampoco después) me había preparado tan a conciencia una entrevista.

Pero las cosas se torcieron. Primero, una rueda de prensa, después, una comida oficial, a continuación, un programa televisivo... El caso es que aquello se fue convirtiendo en una entrevista diferida y diferida hasta el punto de que, tras nueve horas de angustia, Mario Vargas Llosa, disculpándose con elegancia, me propuso: "Mire, sólo podremos charlar un rato en el coche durante el trayecto entre la plaza del Obradoiro y la Facultad de Periodismo, donde voy a impartir una conferencia". La distancia entre ambos lugares no era de más de un kilómetro, pero así se habían puesto las cosas: o lo tomaba o lo dejaba.

Acepté, ¡qué remedio!, y me vi acomodado en una larguísima y lujosísima limusina Mercedes, entre Mario Vargas y una señora morena, madura, elegante y bellísima. Me olvidé de las preguntas tan primorosamente preparadas y tuve que recurrir a cuatro cuestiones banales. Pero ni aun así podía esbozar mis interrogantes tontas porque la señora morena y bella se puso a hablar: "Mario, he estado de compras, mira lo que he encontrado". ¡Santo cielo! Después de nueve horas de espera, aquella dama quería narrar su día de tiendas. Se trataba, en fin, de Patricia Llosa, prima de Mario y su segunda esposa. La primera, Julia, rubia y espléndida, protagoniza la novela La tía Julia y el escribidor . Patricia, según escuché después explicar a Guillermo Cabrera Infante, había sido una niña mimada y bella que devino en mujer juiciosa y leal.

Pero lo cierto es que me estaba fastidiando la entrevista hasta que el escritor se apiadó de mí, rogó silencio, respondió a mis cuatro naderías y, en un gesto que siempre le agradeceré, recompensó mi constancia angustiada con una pequeña exclusiva mundial que dos días después reproducía toda la prensa: "Acabo de empezar a trabajar en mi próxima novela. Por primera vez se desarrollará en Europa y tratará de la primera feminista de la historia".

Esa novela acaba de ser publicada y cuando la leo, recuerdo aquella limusina, aquella angustia y aquel detalle.