TTtuve un profesor de psicología, Luceño, que después de haber dejado de ser ya mi profesor, cuando me lo encontraba por la calle (hace años que no vivo en esa ciudad) siempre me hacía cambiar el rumbo de los pasos y mi destino, y acababa acompañándolo a donde él iba, sin decir nada para ello pero sí por lo que decía. En una de esas ocasiones, terminamos en su casa de campo, y mientras mirábamos la piscina, llena de hojas secas flotando en el agua, le pregunté, a saber por qué, cuál era el mayor problema que tenía la humanidad, y respondió (cotidiano y cercano, como siempre, sin darse ni darle ninguna importancia): el ego. Y desde aquel entonces recurrentemente me viene a la cabeza la pregunta y la respuesta, sobre todo cuando noto la preeminencia de su sentencia, empezando por mí. De manera progresiva he ido asociando a esa palabra otra palabra: amistad, porque, desde mi modesta y contrastada opinión, supone un contrapeso al ego. La amistad implica y necesita comprensión. Y en ese ejercicio de comprensión, de manera implícita o explícita, en ocasiones con mayor intensidad y en otras con menos, uno/s y otro/s se tienen que bajar del burro (del ego) y hacer de las aparentes fronteras rígidas espacios abiertos y elásticos, que un día pueden estar por aquí y otro por allá, pero que dependen de la habilidad compartida el que no se rompan. Que depende de la capacidad de entender, de la empatía en la diferencia, de la construcción conjunta. Tengo ganas de volver a encontrarme a Luceño, pues me gustaría preguntarle que nos impide acercarnos a los demás desde la amistad, y no desde el ego, y espero que no me responda: el ego. Pues dos egos o más enfrentados ya sabemos lo que produce, en cambio, puede ser sorprendente sentir lo que produce la confluencia de los mismos.