Quien llega a Mérida por estas fechas puede apreciar que una buena parte de la ciudad está en obras. Quienes vivimos en ella, las padecemos con resignación contenida.

La necesidad y puesta a punto de muchas de las calles puede ser un tema discutible, desde el punto de vista que se mire, pero lo que se está haciendo en algunas calles no tiene perdón de Dios.

En la calle Calderón de la Barca, fachada del colegio del mismo nombre, se ha levantado el acerado desde hace diez días; todos los cascotes, aumentados con las vallas metálicas que se encuentran encima de ellos, permanecen en el lugar, desafiando a las personas que se han de bajar del acerado ante la descomunal barrera.

Calles como Berzocana, San José, Zamora Vicente, Santa Catalina, se encuentran en una situación lamentable. Pero no por los trabajos de albañilería que necesariamente se han de hacer, es por la manera de hacerlos. No existe una planificación, está todo manga por hombro; la suciedad, restos (incluso alguna herramienta) están esparcidos por doquier; existen desechos apilados en las esquinas durante semanas sin recoger; desperdicios de todo tipo, suciedad común y específica en abundancia, que hacen de estas calles lugares sanos, peligrosos y vergonzantes.

¿Es posible que exista mala idea de fastidiar al personal? Yo no lo creo, pero da qué pensar. Más bien parece que el respeto a los demás no entra en el código del buen hacer de las personas que tiene alguna responsabilidad en estas obras. Pero, como suele decirse, cada uno va a su avío.

Emilio Olivas Salguero **

Mérida