En Sérecac, la ciudad fabulosa semejante a Cáceres que el octogenario escritor don Eliseo García ideó para situar el revoltijo de personajes de su novela El Contrato de Caín , al mes de agosto lo llaman el mes de las hormigas. Parece que todos los vecinos de los barrios más antiguos de la ciudad se ponen de acuerdo ese mes para hacer reformas dentro de sus casas: alicatar el cuarto de baño o la cocina, tirar o cambiar un tabique, poner suelo nuevo. Los bloques se convierten en algo así como hormigueros cúbicos de donde salen y entran, como hormigas, serecacenos empolvados de yeso portando espuertas de escombros, ladrillos y sacos de cemento.

Cuenta don Eliseo García en su libro que en un quinto piso de una pequeña vivienda situada en un barrio periférico de la ciudad, ocurrió algo extraordinario: al cambiar una bañera, los albañiles hallaron en una cavidad que se formaba debajo de la misma, parte de un cráneo humano bastante deteriorado. Como es natural lo pusieron en conocimiento de la policía, quienes tras hacer las primeras investigaciones llegaron a la conclusión de que la semiesférica osamenta podía haber pertenecido al esqueleto de un ser humano que había vivido muchos años atrás --quizá siglos--, algo que corroboraron varios arqueólogos a los que se requirió para su peritaje.

Analizaron concienzudamente la pieza y dictaminaron que quizá se trataba del cráneo de un hombre que vivió aproximadamente en el siglo I después de Cristo. La policía se volcó en encontrar una explicación al hallazgo. Después de careos, interrogatorios y pesquisas, eximió a los dueños de la vivienda y descubrió que el hueso fue colocado en ese sitio, hacía bastantes años, por un albañil de Sérecac muy conocido porque había hecho reformas en muchas viviendas de la ciudad.

Este albañil, anciano ya, relató a la policía haciendo gran esfuerzo para recordar, una historia que esclarecía como había ido a parar la pieza arqueológica al sitio donde fue encontrada. Contó el hombre que hacía cincuenta años había comprado un terreno en las afueras de Sérecac para construirse una casa de campo, y cuando empezó a cavar para hacer los cimientos, dio con un esqueleto humano. En un principio pensó llamar a la policía, pero reparó en que esa decisión le daría bastantes quebraderos de cabeza porque le pararían la obra y no le dejarían en paz hasta que se aclarara el caso.

Para evitar todo eso se le ocurrió que lo mejor que podía hacer era trocear el esqueleto e ir colocando las piezas en huecos de las sucesivas viviendas en las que iba trabajando. Al parecer fueron muchos los huesos que esparció por la ciudad, aunque no se acordaba exactamente dónde.

Los arqueólogos precisaron que el trozo de hueso había pertenecido a un ciudadano de una colonia romana fundada en Sérecac 50 años después de Cristo. El ayuntamiento de la ciudad se hizo cargo de la pieza, tras complacer con una suma importante de dinero a los dueños de la vivienda donde fue encontrada.

Desde entonces los serecacenos no paran de hacer reformas en sus viviendas.

*Pintor