XLxa revolución tecnológica es nuestro gran imperativo. Las autoridades regionales lo tienen claro. No hay nada que reprochar y mucho que aplaudir en la elección de estas prioridades. En realidad el reto viene impuesto por prescripción facultativa (permítame el símil): el enfermo sólo puede sanar con terapia revolucionaria acompañada de fuertes dosis de tecnología, de nuevas tecnologías . Conexiones rápidas a internet, cableado de fibra óptica, telefonía celular generalizada, digitalización masiva y por supuesto, equipos informáticos al uso entre la población general y estudiantil, innovación en software (como se está haciendo) y hasta en hardware, si fuese posible.

El asunto, según creo, no es sólo cuestión de inversiones en material inventariable. En esto, pocas comunidades autónomas nos aventajan. A veces tengo la sensación de que nos comportamos como nuevos ricos. Gastamos compulsivamente y, a veces, de forma reiterativa. Parece que fuese ya despreciable el monitor de tubo catódico de última generación y sea imprescindible reemplazarlo por el de pantalla TFC, que en realidad, no contribuye en nada a mejorar las prestaciones del PC.

Digámoslo sin ambages. La revolución tecnológica, o es de métodos, o corremos el riesgo de que se quede en nada. Dada la velocidad vertiginosa a la que evolucionan los artefactos de los que hoy nos hemos dotado, por ejemplo en nuestras aulas, pueden quedar obsoletos dentro de veinticuatro meses. Sin haber alcanzado aún las destrezas necesarias para su explotación, nos veremos obligados a reemplazarlos o sencillamente incorporar nuevas tecnologías.

El problema metodológico aplicado al desarrollo socio-técnico de la región se podría resumir en dos conceptos complementarios: empezar (también impulsar) desde abajo e institucionalizar desde arriba.

La esencia es la participación, pero con otro enfoque. Concepto maldito que ya no dice nada porque todos hemos abusado de él. Para que las cosas funcionen desde abajo en sociología hace años que se trabaja con la participación contextualizándola en el conocido procedimiento IAP (Investigación-Acción Participativa).

Un método que cuente con la participación como determinante en el resultado final de la acción debe considerar que el papel de la Administración a posteriori es el de institucionalizar los procesos que han resultado exitosos. En regiones como la nuestra, a veces también procesos en los que se confía tener éxito en un futuro. Un ejemplo elocuente de lo primero es la institucionalización del proceso iniciado desde abajo en investigación mínimamente invasiva en la Facultad de Veterinaria, que felizmente ha dado luz al Centro de Mínima Invasión del que hoy todos los extremeños nos sentimos orgullosos.

Institucionalizar es la parte final del proceso de innovación; pero no debería llegar a ser una meta imposible. Es la meta a la que legítimamente aspiran muchas líneas de investigación y en parte, su punto de confluencia. Sin institucionalización difícilmente se producirán las sinergias que genera todo proceso creador. La conocida revolución tecnológica de Irlanda, país con el que social y culturalmente hemos compartido muchos rasgos, nos aporta como novedad que su desarrollo reciente se asienta en la formación especializada generalizada entre su población más joven además, se potencian los procesos innovadores desde abajo teniendo como referencia las facultades y los centros autónomos que dependen de éstas, y finalmente la institucionalización como implicación directa de los gestores públicos en los proyectos exitosos. La enseñanza que el ejemplo irlandés nos presenta es que "deja atrás la reciente (y liberal) ortodoxia según la cual los gobiernos deben financiar proyectos y no instituciones" (E. Banda 2004).

*Trabajador social

Profesor de Sociología de la Uex