El PRI, el partido que hunde sus raíces en la revolución de Emiliano Zapata y Pancho Villa, vuelve al poder que controló durante 71 años ininterrumpidos. Vuelve y parece que ya no es aquel dinosaurio que dominaba todos los resortes políticos y económicos. Los 12 años de travesía del desierto en los que ha gobernado la derecha del PAN, los ha aprovechado el PRI para modernizarse y democratizarse.

El joven y telegénico ganador Enrique Peña Nieto ha tenido enfrente a un partido que se ha agotado en 12 años de Gobierno. La debilidad del PAN ha sido tanta que ni siquiera pudo presentar una candidatura solvente a la presidencia y así ha acabado en un tercer lugar. Cuando Vicente Fox, en el 2000 envió al PRI a la oposición, insufló un aire radicalmente nuevo en la política mexicana del que se benefició la sociedad y la economía. Por el contrario, la gestión de Felipe Calderón, que ha coincidido con la crisis económica y un aumento del narcotráfico, ha sido un gran paso atrás. Lo ejemplifican los 55.000 muertos registrados en la lucha contra los carteles de la droga.

La tarea que le espera a Peña Nieto es ingente. La mayoría relativa que el PRI ha alcanzado en el Congreso debería permitirle llevar adelante las reformas que el país necesita, tanto económicas como el cambio de rumbo de la lucha contra el narco. Sería deseable que la izquierda que lidera Andrés López Obrador, que ha llegado en segundo lugar, no cayera en tentaciones obstruccionistas como hizo hace seis años.