A medida que la crisis financiera global se va haciendo más profunda, queda claro que el colapso de la bolsa ha golpeado no solo a los ricos, cuyo estilo de vida apenas si se verá afectado, sino a millones de personas corrientes que confiaron al mercado los ahorros de toda una vida.

Esta crisis financiera es, con toda probabilidad, solo el estadio inicial de una crisis económica que podría ser la peor desde la Gran Depresión de los años 30. Una crisis que no ha salido de la nada. Hemos tenido avisos de distintas procedencias, incluyendo el de economistas, un colectivo poco dado a hacerse ilusiones. Los veteranos líderes mundiales de la Comisión Trilateral y del Foro Político Mundial también recomendaron precaución, ya que veían con preocupación que los mercados financieros se estaban convirtiendo en una burbuja peligrosa con poca o ninguna relación con el flujo real de bienes y servicios. Todos aquellos avisos fueron ignorados.

XEN LOS MESESx siguientes, la avaricia y la irresponsabilidad de unos pocos ha acabado afectando a todos. No hay país ni sector de la economía que se salve de la crisis. El modelo económico que echó raíces a principios de los años 80 se está desmoronando. Estaba basado en las máximas ganancias a través de la abolición de cualquier regulación que estuviera dirigida a proteger los intereses de la sociedad en general. Durante décadas se nos dijo que esto beneficiaba a todo el mundo: una marea alta eleva a todas las embarcaciones. En cambio, las estadísticas nos revelaban que eso no era así.

El crecimiento económico de estas últimas décadas --bastante modesto en comparación con el de los años 50 y 60-- ha beneficiado de manera desproporcionada a los miembros más ricos de la sociedad. El nivel de vida de las clases medias se ha estancado, y la brecha entre ricos y pobres ha aumentado incluso en los países económicamente más avanzados.

De todos los hechos que salieron a la luz en estas últimas semanas, hay uno que me impactó de manera especial. El año pasado, los principales bancos de inversión norteamericanos pagaron 38.000 millones de dólares en bonos, según algunas estimaciones. Si los dividimos por el total de las plantillas, esto corresponde a 200.000 dólares por persona, ¡cuatro veces más que los ingresos de una familia norteamericana media! Por no decir nada de los paracaídas de oro , esos pagos compensatorios multimillonarios a los ejecutivos que dejaron los bancos que quebraron o que fueron rescatados por el Gobierno.

Y la conclusión es esta: capitalismo salvaje para la mayoría y socialismo --ayuda del Gobierno-- para los que ya eran ricos. En cambio, dentro de tres o cuatro años, una vez hayamos dejado atrás la fase aguda de la crisis, esta misma gente nos dirá que el capitalismo duro es el que mejor funciona y que deberíamos liberarnos de toda regulación. ¿Hasta la próxima crisis, quién sabe si aún más destructiva?

XEL MODELOx de globalización ha llevado a la desindustrialización de regiones enteras, con el deterioro de infraestructuras, a estructuras sociales disfuncionales y a tensiones causadas por procesos económicos, sociales y migratorios descontrolados y mal regulados. El daño moral también ha sido inmenso, algo que incluso se refleja en el lenguaje: la evasión fiscal ahora se llama "planificación fiscal", los despidos masivos se han convertido en "optimizaciones de personal", etcétera.

Las funciones del Estado y de la sociedad civil han sido rebajadas, y en ellas el ser humano no es visto como un ciudadano, sino, como mucho, como un consumidor de servicios gubernamentales . El resultado es una mezcla explosiva de darwinismo social --el fuerte sobrevive, el débil perece-- y de filosofía del tipo tras nosotros, el diluvio .

XLA CRISISx creciente de la economía mundial concentra ahora, por fin, las mentes de los responsables políticos. Por razones comprensibles, ellos se centran en medidas de rescate inmediato, medidas que, por supuesto, son necesarias. Pero hay también una gran necesidad de reconsiderar los fundamentos del modelo socioeconómico de la sociedad moderna, hasta diría que su filosofía. Ese modelo ha resultado ser algo primitivo, basado exclusivamente en el beneficio, el consumismo y la ganancia personal, cuando de hecho, hasta el gurú de la teoría monetarista moderna, el desaparecido Milton Friedman , a quien tuve la oportunidad de conocer, señalaba que el hombre no es meramente un homo economicus .

Hace algún tiempo, hice un llamamiento para combinar moralidad y política. Durante la perestroika, intenté actuar con la convicción de que las políticas debían incluir un componente moral. Creo que es por este motivo que, a pesar de los errores cometidos, fuimos capaces de sacar a Rusia del totalitarismo. Por primera vez en la historia de Rusia, se consiguió un cambio radical y se llegó a un punto de no retorno sin un gran baño de sangre.

Ha llegado la hora de reclamar una combinación de moralidad y negocio. Es un tema difícil. Evidentemente, el negocio está para ganar dinero, o de lo contrario muere. Pero afirmar que el único deber moral de un hombre de negocios es hacer dinero es colocarse a un paso del eslogan beneficios a cualquier precio . Y, mientras en la economía real de producción existe aún algo de transparencia, el área de ingeniería financiera se encuentra huérfana de ella. Aquí no hay glasnost , no hay transparencia, ni moralidad.

La alianza entre políticos y hombres de negocios ha sido destructiva y a menudo corrupta: hombres de negocios que durante décadas han ejercido presiones en favor de la desregulación y la extensión de la economía laisser-faire por todo el mundo, junto con analistas que han animado las acciones de las empresas en las que tenían intereses, y los teóricos de la economía, cuya solución a cualquier problema era descontrolarlo todo. Ahora que esta pirámide perniciosa e inmoral cae con estrépito, debemos pensar un modelo que sustituya al actual. No pido derribarla sin pensar un poco, y no dispongo de soluciones preparadas. Cualquier cambio debería ser de tipo evolutivo. Estoy convencido de que, en una nueva economía, las necesidades y los bienes públicos deberán tener un papel mucho más preponderante que el actual. Las necesidades públicas son claras: un medio ambiente saludable; una infraestructura moderna, funcional; sistemas educativos y sanitarios, y una vivienda accesible. Construir un modelo en el que el énfasis recaiga en estas necesidades llevará tiempo y esfuerzo. Pero hay algo que los políticos sobre quienes recae la responsabilidad última para superar la crisis actual deben entender: sin un componente moral, cualquier sistema está llamado a fracasar.