XPxuesto que llevábamos una semana esperando su muerte, cuando hacia las siete de la mañana puse la radio y escuché música fúnebre supe que Franco había muerto. A pesar de que por culpa de su censura yo no tenía acceso a muchos escritos de filósofos, que me impedía poseer o leer obras de escritores eximios, que no podía ejercer mi libertad de pensar y escribir, que no me permitía enseñar a mis alumnos algunas doctrinas, que sus esbirros me habían expulsado de la enseñanza, recé una oración. La ciudad quedó envuelta en el silencio y la gente dudaba en salir de casa pues nadie sabía lo que podría pasar. Porque la dictadura no había previsto otra salida que ella misma pero era sentir mayoritario que la situación no podría continuar así. En los cenáculos de opositores no se contemplaba una revuelta popular pero no se descartaba que el régimen se enrocara y creyera necesario llevar a cabo una demostración de fuerza del que serían víctimas los tenidos por enemigos y como en una ciudad de provincias era imposible pasar desapercibidos a muchos no les llegó la camisa al cuerpo. No obstante se esperaba no se sabe qué milagro para que todo cambiara.

La vida política y los acontecimientos trascendentales se viven de una manera diferente en una pequeña ciudad a como se viven en Madrid. Creo que en Cáceres fue al día siguiente cuando se celebró un funeral en Santa María en la que no cabía ni un alfiler literalmente. Allí estaba la plana mayor del Régimen, muchos curiosos y, como prueba del miedo que había, todos los sospechosos. Pero pasaron los días y no sucedió nada, de manera que a la misa celebrada algunos días después ya solo acudieron los más fieles. Para quienes paseábamos la plaza para tener datos de primera mano sobre los afectos a la causa fue una satisfacción comprobar que solamente acudieron una minoría. De mucho peso, eso sí. La vida oficial transcurría como si, en efecto, no hubiera pasado nada y las reuniones clandestinas proliferaron y se llenaron de rumores sobre lo que sucedía en Madrid. Que al parecer era mucho aunque todo ello relacionado con las tomas de posición de los políticos para administrar la herencia franquista. Porque aquí sucedía más bien poco. De la oposición apenas se sabía nada. La consentida , representada por gentes como Ruiz Giménez o Areilza , no parecía capacitada para propiciar ningún cambio. La otra, PSOE, PC, Juntas, Platajuntas e independientes, se agotaba en reuniones de élites, que en Cáceres tuvieron su sede en la Escuela de Mandos Intermedios, en un despacho de la Delegación de Hacienda, en el Colegio de Médicos, en domicilios particulares, bares e incluso en un aula del instituto Femenino hasta la llegada de la democracia. El Rey nos dejaba en la duda. Si por una parte era el sucesor por la otra enviaba señales que invitaban al optimismo. Si por un lado mantenía a Arias Navarro por el otro hablaba de reconciliación. Para unos era El breve . Otros tenían esperanzas. Yo me contaba entre ellos pues conocía algo de su vida y pensamiento directamente porque el rector del colegio Mayor en el que estudié en Salamanca, don Ignacio de Zulueta y Pereda Vivancos , había sido su preceptor desde los tiempos de Estoril y no dejaba dudas sobre su instinto político y sensatez e incluso de sus tendencias aperturistas aún de más largo alcance que las de su padre, don Juan , que don Ignacio, un personaje de la más rancia nobleza española empapada de nacionalcatolicismo, veía con suspicacias. Los meses siguientes se pasaron entre las tímidas esperanzas que despertaban las lecturas de El País, los artículos del grupo Tácito en el YA, Cambio 16 y noticias frescas de Madrid . Se esperaba la caída de Arias y las palabras del Rey en USA causaron sensación y alimentaron el optimismo. Sin embargo de repente nombraron a Suárez , un hombre del Movimiento, que se recibió como el gran error , y muchos pensamos que aquello de que después de Franco las instituciones era cierto. El Rey parecía secuestrado por la trama institucional del Régimen. Y sin embargo era el principio de todo lo que vino después.

Han pasado treinta años, el Rey es el español más conocido y admirado no sólo en este país. Los españoles, que solamente somos monárquicos a la hora de hacer la real gana , nos hemos hecho juancarlistas. Pero el franquismo, más que Franco, sigue vivo en cada uno de nosotros. En alguna manera de pensar, en lo que no podemos pensar porque nos impidió conocerlo, en algunos términos que utilizamos en el lenguaje, en algunas conductas, en lo que pudimos ser y no somos. Porque más allá de una forma de gobierno fue una manera de pensar, una manera de actuar y una manera de educar desde el nacimiento hasta la tumba. Caló de tal manera en las mentes infantiles que aún hoy reverbera ante el estupor de la víctima. Los efectos de una dictadura perduran más allá de ella misma. ¿Cómo hubiéramos sido de no haber vivido cuarenta años bajo una dictadura?

*Profesor